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Viaje al sudeste asiático (anexo III). Tuol Sleng y el genocidio camboyano

El paso por la antigua prisión S-21, en Phnom Penh, fue una de las visitas ocultas en el cuaderno de viajes durante nuestro reciente periplo por el sudeste asiático. No tuve cuerpo para comentarla entonces, a sabiendas de que sería un tema difícil de olvidar. Un reciente paseo por el antiguo campo de concentración de Dachau, ya en casa, me hizo recordar la importancia del asunto.

No es la primera vez que posteo aquí sobre un campo de concentración. O peor, de exterminio. Obviamente no son lo mismo. Y aunque los inserte en el Quadern como una recomendación de viaje, está claro que no son lugares para el disfrute. A pesar de todo, y siempre que sea desde el respeto y una perspectiva didáctica, estoy convencido de que conocer de primera mano un lugar como la prisión S-21 equivale a una lección magistral, incomparable, sobre ética.

Tuol Sleng Genocide Museum. Ese es el nombre completo de la antigua prisión de máxima seguridad camboyana, que no hace tanto fue un colegio por el que correteaban niños descalzos entre sus pasillos al aire libre. En 1975, todo cambió inesperadamente, de la misma forma que los vecinos de Oświęcim se vieron sorprendidos por las alambradas de la muerte en 1940.

Aunque la cifra exacta de víctimas de los Jemeres Rojos no se ha confirmado, la población de Camboya descendió en varios millones de personas –se estima que en unos dos- durante su descabellado gobierno de menos de tres años. En este sentido, Tuol Sleng es únicamente el icono, el símbolo de aquél régimen tiránico, que no es poco. Unas 20.000 personas perdieron la vida en esta cárcel ubicada en pleno centro de la capital, víctimas de una crueldad incomprensible que hace saltar las lágrimas a cualquiera.

Creo que Mariola no me vio, pero yo lloré aquella mañana, de la misma forma que lo hice esta misma semana en silencio mientras visionaba el documental sobre la liberación del campo de concentración de Dachau en la Segunda Guerra Mundial. También suspiré ese otro día, en Auschwitz, y seguramente lo haga una próxima vez, al recordar lo acontecido no hace tanto en Ruanda, en Srebrenica, Kurdistán, etcétera.

¿Y, entonces, merece la pena visitar el escenario de un genocidio si sabemos que saldremos del sitio con un mal cuerpo terrible? En mi caso, me reitero: no tengo dudas. No es lo mismo releer las páginas de un libro, incluso ilustrado, que darse un paseo entre las celdas minúsculas y oscuras de un lugar tan miserable como Tuol Sleng.

Allí, mientras reflexiona, uno oye los pajarillos romper un silencio inusual, trata de disfrutar del sol magnífico de Phnom Penh, incluso descubre un lugar a simple vista agradable donde sería posible la relajación. Pero entonces abre los ojos y aparecen a la vista los alambres de espino y un escalofrío rompe toda posibilidad de sentirse confortable. Así es: hasta el lugar más apacible puede convertirse en una fábrica de terror. Está en nuestras manos.

No me recrearé en la visita a la prisión de los Jemeres rojos, los que han oído alguna vez su historia saben que trataron de destrozar cualquier rasgo de civilización moderna en su país. Por eso, las clases medias, los funcionarios, los habitantes de Phnom Penh en general, fueron blancos seguros para los seguidores de Pol Pot. En Tuol Sleng, fueron retratados muchos de ellos, aterrorizados ante sus verdugos, indefensos, sin distinción alguna por edad o sexo. La crueldad no las hace.

Tan terribles como las imágenes de las víctimas son las celdas improvisadas de aquella prisión, las salas de interrogatorio o los restos de la tortura inflingida en el patio.

Suficiente. Dije que no me recrearía y ya lo he hecho demasiado. Aunque no lo anoté entonces, fuimos a Tuol Sleng, en Phnom Penh, y volveríamos mañana sin dudarlo. Solos. Con nuestros hijos. Con nuestros padres. Allí miramos una vez más de frente a la maldad, conocimos de lejísimos la crueldad, recordamos que somos capaces también de lo peor y por esa misma razón no conviene despistarse. Aquel lugar, aquellas fotografías que nunca deberían de haber existido, nos lo recordaron. Por si acaso, la señora que custodia la entrada nos advirtió ya antes de entrar: “Aquí está prohibido sonreír”. Faltaría.

Antigua celda de 'interrogatorios'

Antigua celda de ‘interrogatorios’

Tuol Sleng

Tuol Sleng

Celdas

Celdas

Retratos de las víctimas, por sus verdugos

Retratos de las víctimas, por sus verdugos

Viaje al sudeste asiático (anexo II): una ruta posible

Nuestra ruta final por el sudeste asiático

Nuestra ruta final por el sudeste asiático

Hace justo dos meses escribía en el Quadern ilusionado sobre la ruta que habíamos imaginado para nuestro viaje por el sudeste asiático. A nuestro regreso, compruebo que nos hemos ceñido en gran medida a lo que habíamos previsto, aunque por suerte tuvimos la capacidad de reacción suficiente para improvisar sobre la marcha en algunos momentos. De una posible ruta a una ruta posible, así como algunos comentarios:

A toro pasado, me doy con un canto en los dientes por haber preparado mínimamente nuestro itinerario. Sinceramente, empezar de norte a sur fue una buena idea y los dos días que le dedicamos a Chiang Mai me parecen hoy tiempo más que suficiente para ver la segunda ciudad de Tailandia. Si tuviera que cambiar algo de los primeros días, tengo la sensación que haber parado, aunque fuera un día, en el parque histórico de Sukhothai no hubiera sido una mala idea.

En cuanto a la segunda parada, en Chiang Rai, y el descenso en una barcaza por el río Mekong hasta Luang Prabang, seguramente lo almacene en la memoria como una de las mejores experiencias. Los dos días por el río para recorrer unos cientos de kilómetros fueron tan interminables como inolvidables. Volvería a hacerlo, sin duda.

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El Mekong en Laos

Luang Prabang

Luang Prabang

Dos días y una sola noche le dedicamos a Luang Prabang, antigua capital de Laos y para mi una de las sorpresas del viaje. Un día más le debemos a esta pequeña ciudad, que abandonamos por la noche para visitar Vientián por unas horas. Con el tiempo justo como íbamos, no hubiésemos hecho mal en saltarnos esta parada y volar a Hanói directamente desde Luang Prabang.

A Hanói, capital de Vietnam, le dimos tres noches que, en un viaje como el nuestro, es una más de lo necesario. Nos quedamos con las ganas de ir al valle de Sapa, aunque la inmensa mayoría de viajeros que cruzamos en el camino nos garantizaron que enero no es buen momento para visitarlo. Le sobra frío y niebla y los arrozales todavía no exhiben el color verde que todos imaginamos al pensar en este lugar.

Hanói, qué locura

Hanói, qué locura

Si Sapa cayó de la ruta prevista, no lo hizo Halong Bay, uno de los dos iconos del viaje antes de nuestra partida. Con perspectiva, fuimos a Halong porque había que ir, y valió la pena, pero es verdad que el lugar está sobreexplotado, contaminado y un montón de cosas más que acaban en ado y no son bonitas.

A cambio de los días que nos perdimos en Sapa tuvimos la suerte de hacer un par de paradas imprevistas en el centro de Vietnam: Hué y Hoi an. Qué suerte, habernos desviado de la ruta para incluirlas.

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Hué (y Mariola)

Hoi an

Hoi an

La última parada en Vietnam fue la ciudad de Saigón y el delta del Mekong. La primera nos ofreció una versión diferente y contemporánea del país, el segundo me parece un lugar inexpugnable cuando no se dispone de tiempo suficiente. Me explico: al tener solamente de un día participamos de un day trip que, sinceramente, fue muy pero que muy flojo. Y me da que así son la mayoría, con paradas incesantes en comercios, un paseo por los canales del delta colapsado y muy poca cosa más.

Finiquitado Vietnam, la siguiente parada fue Camboya, en formato exprés. Un acierto haber parado unas horas en Phnom Penh, casi le hubiera dado algo más de tiempo, y una locura haber tenido la fortuna de visitar Siem Reap y las ruinas de Angkor. Dos días allí (nosotros tuvimos tres noches) son suficientes, pero pasar tres no es una mala idea.

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Angkor

A partir de ahí, nos fuimos a las playas perdiendo un día entero en tránsito entre Siem Reap y Phuket, donde llegamos con un vuelo desde Bangkok. Si hoy tuviera que repetir y me fuera posible, me pagaría uno de los vuelos (bastante caros) directos entre Camboya y las playas de Tailandia. Qué infierno de día y qué pérdida de tiempo pasarse una jornada entera sobre 36 disponibles de transporte en transporte.

Sobre las playas de Tailandia, las dejamos al final para darle un aire radicalmente diferente al viaje: aparcar el estrés de las mochilas y disfrutar del sol y la buena vida. Diez días y cuatro islas, fue nuestra elección, con tres noches en Phuket, dos en Ko Lanta, dos en Ko Samui y otras dos en Ko Tao. Es fácil hablar a posteriori y complicado saber que hubiera pasado de cambiar la ruta, pero intuyo que hubiese sido una buena idea ir a Ko Phangan, de donde huimos espantados por la locura de la Full Moon Party. Resulta que es la isla más tranquila siempre que no haya fiesta de la luna llena. Phuket, del que me esperaba muy poco, resultó ser lo mejor de la selección, mientras Ko Tao es una joya en peligro de extinción. Sabíamos a lo que íbamos, sol en pleno mes de febrero, pero diría que las playas de Tailandia quedaron ligeramente por debajo de mis expectativas.

Playa en Phuket

Playa en Phuket

Para acabar, Bangkok. Había oído tantas historias negativas de la capital, que puse el listón muy bajo. Seguramente por eso disfrutamos allí de tres días magníficos, atraídos por el bullicio comercial y la mezcla entre modernidad y tradición. Entre medio, una mañana fuera de ruta en Ayutthaya. Tiempo más que suficiente para ver sus ruinas una vez se ha tenido la oportunidad de conocer Angkor.

Mi imagen favorita de Bangkok, en China Town

Mi imagen favorita de Bangkok, en China Town

De esa guisa, con escala en Abu Dhabi –qué horror-, terminó nuestra ruta posible de 36 días por el sudeste de Asia.

Viaje al sudeste asiático (III): una posible ruta

Faltan menos de dos semanas para salir en busca de un pedacito de Asia y empiezo a impacientarme. Aunque la idea inicial es disfrutar sobre la marcha y tomarnos nuestro tiempo, que no suele ser demasiado, en cada lugar que nos salga al paso, no he podido resistir la tentación de preparar una posible ruta. Es nuestro camino de baldosas amarillas, que me temo quedará más bien en agua de borrajas en cuanto pongamos un pie en Bangkok, en un par de sábados. Sea como sea, ahí va eso: Múnich, Bangkok, Chiang Mai, Chiang Rai, Luang Prabang, Vientián, Hanói, Sapa, Halong, Saigón, delta del Mekong, Phnom Penh, Siem Reap (templos de Angkor), Bangkok, Phuket, Ko Phi Phi, Ko Lanta, Ko Samui, Ko Tao, Bangkok, Abu Dhabi, Múnich. 35 días de viaje, muchísimos kilómetros, algo menos de dineros, cuatro países y pico (Tailandia, Laos, Vietnam, Camboya y un rato largo en los Emiratos Árabes), dos mochilotes… y dos pájaros en ruta, naturalmente.

Una ruta posible por Tailandia, Laos, Vietnam y Camboya

Una ruta posible por Tailandia, Laos, Vietnam y Camboya

En realidad, además de tratar de plasmar aquí la sensación de nerviosismo y la emoción de estos días, y de regalarle dos pistas a la señora Guillermina sobre nuestro paradero en las próximas semanas –mare no patisques, ja veus que ho tenim tot embastat-, mi intención con este post es insertar un mensaje de S.O.S. en una botella, por si alguno de vosotros ha visitado la zona y tiene a bien dejarme un comentario, enviarme un mensaje privado por facebook, escribirme un mail o llamarme por teléfono. Para darnos unos consejos, claro está.