Dos veces he tenido que acudir este año a Oktoberfest. Sí, he tenido que acudir. Por obligación. Por trabajo. Y el día que hubiese acudido gustoso, por vicio, precisamente no pude pasar por allí, por trabajo. Maldito trabajo. Sea como sea, el festival de cerveza más grande del mundo ha acabado y el Ayuntamiento de Múnich ha emitido su balance de la edición de 2017 y… ¿sorpresa?… el público ha vuelto. Bueno, nunca se marchó, a decir verdad. El caso es que si el año pasado nos dijeron que menos visitantes era sinónimo de calidad y que no pasaba nada por extraviar clientes a raudales, ahora sacan pecho, como en los buenos tiempos, en torno a la cifra de visitantes. Después de varias ediciones perdiendo afluencia a mansalva (2015, 5,9 millones de visitantes; 2016, 5,6 millones), el Oktoberfest de Múnich ha vuelto a sobrepasar la barrera de los seis millones de visitantes. En concreto, 6,2 millones han pasado por Theresienwiese a beber cerveza. Es una buena noticia, especialmente para los promotores del festival y los que hacen negocio con el mismo, si bien, si ampliamos un poco el foco, nos damos cuenta rápidamente de que la cifra tiene algo de engañosa. Por dos motivos, principales: el primero y más importante, porque el Oktoberfest ha durado este 2017 dos días más que en 2016; el segundo, porque este año había una carpa grande, y tres pequeñas, de más, al recuperarse el formato de Oide Wiesn suprimido en la edición anterior al coincidir el Oktoberfest con la feria ganadera en el mismo recinto. Según la organización, la gente se ha acostumbrado a los nuevos tiempos, y ”su concepto de seguridad”. Esto es, calles aledañas cortadas, varios controles de acceso hasta la entrada en las carpas, prohibición de entrar con mochilas y bolsas, etc. Todo sea por evitar males mayores. En resumen, con o sin miedo, estas son las cifras del Oktoberfest, a toro pasado: 6,2 millones de visitantes, 7,5 millones de litros de cerveza, visitantes de 75 nacionalidades, 127 bueyes y 59 terneras asados consumidos, 120 000 jarras de cerveza ”robadas”… Ah, y casi 700 comas etílicos registrados. No se nos vaya a olvidar que el personal que pasa por aquí, viene a lo que viene.
Acaba el Oktoberfest y llega el primer balance. Los datos son de la oficina de prensa local, así que mejor darlos por válidos, que no por buenos. Y no es que no sean buenos, simplemente es que son peores. Son los menos buenos, de hecho, de los últimos seis años. Esto es: en 2015 se han contabilizado 5,9 de visitantes al festival durante los dieciséis días de duración. En 2014, el Oktoberfest de Múnich registró 6,3 millones de visitantes, que a su vez supuso un descenso en las cifras de asistentes respecto a los tres años anteriores. En 2011, se registró la cifra récord de 6,9 millones. Esta es de hecho la primera vez desde 2009 que no se alcanza la cifra de seis millones de visitantes. Significativo. En cuanto a datos de consumo de cerveza, más de lo mismo: esta vez se han consumido 7,3 millones de litros. Son muchos, cierto, pero son 400 000 litros menos que en la pasada edición. En fin, sin entrar a fondo en el tema (por ejemplo: mesas vacías en las tardes de entre semana, colas y empujones en fin de semana, más extranjeros y menos locales…), a la vista de todos está que el precio de la cerveza sigue creciendo imparable, mientras el festival en sí mismo parece haber frenado en seco su progresión. Igual deberían de hacérselo mirar…
La 182ª edición del Oktoberfest está en marcha. Y ya son cinco (las mías, claro está). Quedan pocas imágenes del festival que puedan sorprenderme a estas alturas, todo lo contrario que a la legión de asiáticos que correteaba ayer por la mañana por el Wiesn, disfrazados tod@s. Como la chica de la foto con su trofeo. Yo, fue sonar el petardo de las doce, abrirse los grifos de la birra y salir corriendo del lugar. No alcancé a ver el primer carrito de la cruz roja al rescate del primer coma etílico. Esta vez nuevo récord: 80 minutos desde la apertura del festival. En cualquier caso, la foto de este año va a ser muy difícil de tomar. Está en la estación central de trenes, donde van a coincidir los miles de oktoberfestivaleros y los casi 10 000 refugiados sirios e iraquíes que están desembarcando desde Austria al día. No sé si por el bien de unos o de otros, o por un tema de tapar vergüenzas, pero la estación está blindada: cerrada al tráfico rodado, los refugiados a buen recaudo (están en una zona aislada a la que se impide al paso), policía en cada esquina… Refugiados y borrachos, pues, raramente se cruzarán por la estación. Y mientras tanto, a cuatro calles, ya sin dolor ni remordimiento, corre la cerveza a mares. Para bien y para mal.
Una imatge del Club dels 100 per Oktoberfest. /WEB
A primers de setmana algú em va mencionar el Club dels 100 a l’Oktoberfest. Aquell bon amic m’explicava que n’hi ha que competeixen durant els setze dies que dura el festival de la cervesa a Munic, amb la idea de beure’s 100 litres de birra en eixes dues setmanes. Es tractaria suposadament d’una agrupació secreta de la que, lògicament si atenem al qualificatiu, no he trobat escrita una sola coma ni tan sols a internet.
Sincerament, i després de parlar amb més d’un puntal en la matèria, no trobe cap indici seriós que em faça pensar que hi ha res de veritat en aquest suposat club. Un grup que, posats a imaginar, implicaria la despesa de 1.000 euros només en cerveses i en dues setmanes.
D’això mateix, del fet que n’hi ha es gasta un jornal durant l’Oktoberfest, no tinc dubtes però. I no només els turistes, que són els que paguen estos dies 300 euros per una habitació doble en un hotel de mala mort.
En qualsevol cas, allò més curiós ha sigut comprovar l’existència, ara sí que sí, d’un altre Club dels 100 entorn a l’Oktoberfest. Podríem definir-la de totes totes com una colla de penjats amb ànim suïcida i que atempta radicalment contra la salut pròpia, la qual ajunta als afores de Munic a desenes de neozelandesos i australians, principalment, un dia abans que comence el festival.
La gràcia: beure’s en aquest cas 100 colps de cervesa i altres licors en només 100 minuts. I menjar-se pel camí alguna que altra marranada. La beguda es serveix a dojo i dóna igual que arribe a la gola directament d’una llauna, en un got, una sabata o amb una màniga de regar. Allò que importa realment és l’espectacle i el que menys que al final de la festa hom urgisca un hospital. Així són alguns joves del nou mon.
Com que no he participat mai del Club del 100, i espere no tindre l’honor de trobar-me’ls en la vida, he rascat un parell de vídeos i imatges per internet, a més d’algunes notícies publicades en diversos mitjans de les antípodes (tant a Austràlia com a Nova Zelanda).
Entre els clips de vídeo més curiosos, hi ha un que no només filtra algunes imatges de l’Oktoberfest, sinó que fa una repassada del Van Tour que completen força joves australs cada estiu. Es tracta d’una volta salvatge per Europa en furgones de lloguer que dura tres mesos i que els suposa anar de país en país, de festa en festa, de pet en pet. A que no esbrineu on comença? A Pamplona, per San Fermí.
Ya van tres otoños contando la misma historia, así es que este año había pensado en dejarlo correr. Imposible. Llevo dos días tarareando cancioncitas de música schlager sin poder hacer nada por remediarlo, las fotos de camisas cuadradas y aparatosos balcones inundan mi perfil de facebook y, por si fuera poco, al whatsapp me están llegando las últimas noticias del Wiesn, a lo que respondo finalmente abalanzándome sobre el teclado. La crónica majadera del primer fin de semana de Oktoberfest, pues, se me hace de nuevo inevitable. Empecemos:
La Ramona de Jürgen Drews: balconazo o ‘viel Holz vor der Hütte’. /WEB
Son las nueve de la mañana del sábado 20 de septiembre y este año ha tocado agua. Menuda tromba cayó anoche, viernes, en la previa. Nos cogió infraganti, tratando de celebrar los últimos coletazos del verano sentados en un biergarten. Hoy las cosas no pintan mejor, cielo gris y agua a trompicones que impacta con fuerza sobre el parabrisas del autobús. De momento somos dos, el chófer y yo, y nos vamos a alguna parte de las afueras de Múnich a buscar a un respetable grupo de 25 peruanos.
Un rato más tarde desembarcamos todos en la céntrica plaza de la Ópera. Supuestamente íbamos tranquilamente a ver el carillón, pero es bajar del microbio y ponerse a diluviar. Primera desbandada y dos docenas de señores y señoras que no tienen la más puñetera idea de dónde se encuentran desparramándose en busca de un quiosquito en el que comprar un paraguas, de un toldo bajo el que amagarse o, sí señor, de la primera foto del viaje. Adoro este trabajo.
Por suerte, aunque no sin algunas tensiones y subidas de tensión, nos reencontramos entre la muchedumbre de la plaza de María, todos sanos y salvos, pues la lluvia por lo general no hiere, solo moja. Poco a poco remite la tormenta, los pajaritos cantan, las nubes se levantan.
Para entonces ya es mediodía y a un par de kilómetros de distancia, en una carpa abarrotada de sedientos bebedores de cerveza, el inexperto alcalde Dieter Reiter se estrena en el arte de abrir barriles de cerveza mazo en mano. Por la noche veré la repetición por la tele y pensaré: qué poca gracia tienes burgomaestre!
Dieter Reiter, más tieso que un garrote en su primer ‘O’zapft is!’ . /WEB
Primera hora de la tarde y la sosería del regidor queda totalmente en segundo plano. Leed sino las noticias frescas que nos llegan, mientras, por cierto, yo voy terminando la tarea con mis peruanos en algún lugar de la Mancha. Abendzeitung: Samstag, 14:05 Uhr: Die erste Bierleiche. O lo que es lo mismo: el primer subnormal en agarrarse una cogorza descomunal en Oktoberfest consigue entrar en coma etílico a las dos de la tarde, tan solo dos horas después de la inauguración. Enhorabuena chaval.
Camilleros en Oktoberfest o el taxi de los ciegos
No quiero ponerme melancólico otra vez con el tema camilleros, vomitadores y demás, que el asco y el morbo entorno al Wiesn me gustan más que a un tonto los palotes.
Bueno sí, una cançoneta i se’n anem: son las siete, se acerca la noche y alguien llama a Urgencias avisando de que hay una chavala en pelotas bañándose en el Isar. Borracha perdida, termina a la deriva. En helicóptero la sacan del agua. Francesa tenía que ser.
A estas horas paseo por fin por el Wiesn, entre empujones, grandes emociones y carpas cerradas a nuevos visitantes por sobresaturación. También borrachos, quizás por eso decido evadirme y subir a las alturas. Desde arriba, las cosas se ven mucho mejor. Creo que por hoy es suficiente.
Descansito de camareros
Completo
Domingo 21. Maldición! Son las siete de la mañana, la lluvia ha vuelto a la ciudad y mi despertador está sonando, mientras Mariola duerme a pierna suelta. Qué suerte! O qué mala suerte, según se mire. Es el día del desfile grande en Oktoberfest. Lo de los 9.000 vestidos con trajes regionales ya lo he contado también, pero cuánto daría por darle a ese replay hoy y no al otro.
Va a ser que no. Me visto rápido y salgo escopetado en dirección al hotel donde aguardan puntuales los peruanos. Hoy toca… castillos! ¿Que qué castillos? Menos recochineo.
El día, en buena compañía, pasa volando y mientras decenas de miles de personas vuelven a revivir en Múnich la boda de Luis I de Baviera, yo simplemente vuelvo a conmemorar en los Alpes bávaros la historia de Luis II, el nieto díscolo. ¿Loco o cuerdo? ¿Suicidio o asesinato? ¿Homo o hetero? ¿Castillo o palacio? ¿Schnitzel o spätzle? Esto último me lo pregunto a mi mismo, ya sentado a la mesa.
Qué mal que se come por cierto en el Hotel Müller de Hohenschwangau. Y peor trato, servicio regular y unas ínfulas desbordadas que me ponen de los nervios. Menos mal que no me toca pagar la cuenta.
A todo esto, a la mesa de al lado se nos ha sentado el luchador mexicano, un colgado del DF que ha venido a ver Neuschwanstein con su tracht particular. Esto no es Oktoberfest, pero en según que asuntos se le parece.
Muy ‘colgao’, no pude evitar tomarle una foto
Quizás animada por el atrezzo, mi compañera de mesa se desmelena y me remite a su receta maestra. Yo solo quería una small talk sobre gastronomía peruana, mistura, ceviche y esas cosas, y sin comerlo ni beberlo aquí estoy introduciéndome en el desconocido mundo del arroz a la pepsicola. Manda güevos, que diría aquel.
Con la barriga llena subimos al autobús, se me duermen la siesta y diría que hasta yo mismo prosigo lo que queda de día soñando despierto. Mi siguiente recuerdo es a las nueve de la noche. Llego a casa como salí: montado en bici, solo que empapado y afónico trece horas después. Veo al fondo el resplandor de las luces del festival. Es como si hubiese estado todo el día allí, pero sin haber estado.
O’zapft is! I ja van quatre. Pel que a mi respecta, l’Oktoberfest ja no és cap misteri. Més encara el primer vespre. Tarda de presses i correres, gent que va literalment doblada, cues, olor a cervesa, a carn, a peix. A sucre cremat. A pixum i a bilis. Tot barrejat. Remugants, que no remugons. Em resistisc però a tancar els ulls davant la bellesa innata del wiesn. Hui l’hem contemplada des de fora. Des de tant a lluny i tan amunt com he pogut. Hem trobat el que buscàvem a la torre de l’església de Sant Pau. Allà, 252 esglaons i a uns 50 metres per damunt del terra, he patit vertigen i hem vist fer-se de nit mentre desenes de milers de persones bevien cervesa plegades en un esforç multitudinari i un negoci més gran encara.
Entrem en el cap de setmana final de l’Oktoberfest i vinc tard amb este post, però he rebut algunes preguntes al respecte i pagava la pena fer una menció. Alguna gent vol saber com aconseguir una taula amb reserva per a celebrar el festival amb calma. Sense empentes ni estar estrets, sense que la cambrera de torn ens done presses per a acabar-nos la cervesa i encomanar-ne una altra o bé fer-nos fora. Sí, aconseguir una taula en propietat durant unes hores al Wiesn és, efectivament, garantia de passar una bona estona entre amics amb major llibertat de moviments, bevent només el que ens abelleix, sense que ens puguen cridar l’atenció mentre dure la reserva –per no beure, vull dir–, etcètera. Però com aconseguim eixa reserva? Per començar, allò principal és encomanar-la amb moltíssima antelació. Això és, posant-nos en contacte amb la carpa que ens interessa al més de gener o febrer, com a tard. Fins i tot és una bona idea escriure-hi o telefonar-hi a tres o quatre carpes diferents per si alguna de les que ens registra ens deixa tirats en l’últim moment. Allò normal, de fet, és que les empreses que gestionen les tendes ens apunten en les seues llistes i ens confirmen si ens donen la taula desitjada o no cap a la primavera, allà per abril o maig. És quasi impossible que, si som desconeguts, ens faciliten una reserva en cap de setmana o en torn de vespre. Això està venut abans de començar. Siga com siga, una vegada ens confirmen l’espai, ens donen un termini determinat per a fer efectiu el pagament. Calma, reservar una taula no ens costarà més car que anar a Oktoberfest per lliure. Almenys si fem idea de menjar i beure, com és lògic. Per què? Perquè el pagament de la reserva de taula es correspon amb uns 30 euros per persona i ens acostumen a demanar reserves de unes 10 persones per taula. Paguem per tant uns 300 euros en total, si bé amb eixe preu, segons la cerveseria escollida, ens inclouen dos litres de cervesa i un tiquet de 10 euros bescanviable per menjar. Per persona, vull dir –és a dir, ens donen uns 30 euros per cap en menjar i beure–. Són els mateixos preus que pagaríem anant per lliure, sense cost addicional per fer la reserva. Per tant, això de reservar una taula a l’Oktoberfest és només una opció factible per als visitants més previsors, que no han de caure en el desànim si l’intent de tancar la reserva a l’hivern es fa interminable. A la resta només els queda l’opció de matinar per a fer-se un forat a primera hora del dia. O bé, anar-hi els dies de menor afluència de públic.
*Nota per al viatger
Tots els contactes de les carpes i la informació detallada sobre el tema, en alemany, estan disponibles en aquest enllaç extern de la web oficial de Munic.
Ara fa un any exactament advertia al mateix Quadern que si n’hi ha moments en els que més val no passa per l’Oktoberfest eixos són principalment a les tardes de cap de setmana o bé en vespres de festiu. Com que la memòria afluixa amb el temps anit vàrem repetir la jugada i l’experiència fou tan penosa com l’any passat: impossible accedir a qualsevol carpa de recinte des de migdia, en superar totes l’aforament. Impossible ni tan sols passejar amb normalitat pel Wiesn, en el dissabte boig del cap de setmana italià. En fi, per si algú segueix preguntant-se quan anar i quan no anar a la festa, adjunte la taula que han elaborat des de l’Ajuntament de Munic en la que fan la seua previsió d’afluència de gent (2013):
Mientras un señor con bigote cosía a martillazos el primer barril de cerveza, decenas de miles de personas esperaban impacientes a ponerse morados de cerveza y nosotros, sábado a mediodía, andábamos despistados por el centro histórico de la pequeña Ingolstadt. Ya de noche, eso sí, todavía tuvimos tiempo y fuerzas para darnos un primer paseo por el Wiesn. Lo del O’zapft is! ya está contado y de la incursión nocturna mejor ni hablar: pasear entre empujones, vómitos o equipos de reanimación cardiovascular no me parece nada glamoroso. El caso es que vengo bizarro y como tal el cuerpo me pide una crónica a la altura. Y sin tocarla. La gaita, digo –estoy con antibióticos–. A la faena: primer domingo de Oktoberfest que casi diría cobra más sentido que el primer sábado, el de la sed. Literalmente, domingo de desfile de trajes típicos. O de Trachten- und Schützenzug, que ya se sabe. Por suerte, este año, un sol de mil demonios después de una semana de perros y 9.000 personas desfilando a toda paleta por las calles del centro histórico de Múnich. Una señora en los cincuenta, cardado de rigor, con la que comparto escalón desde el que tomar fotografías –así soy yo, siempre a lo grande– rompe el hielo: “Dicen que es el desfile de este tipo más multitudinario de Europa”. No voy a ser yo el que le quite la ilusión a la münchnerin, pero su másdelomás a mi a ratos me parece un pelín aburrido y de tanto en tanto más bien ridículo. Igual pasa una banda de música con su montón de trofeos de caza que viene una carroza de la Audi, intentando vender su último modelo de vehículo eléctrico con unas tías jamonas vestidas de bávaras. Dentro del coche, claro. Alle zusammen.
Banda de música en el desfile
Un Audi histórico, Audi al fin y al cabo, en el desfile de Oktoberfest
Mientras pasan tomo fotos y más fotos, sin mucho éxito, y en estas oigo aplausos de fondo y algún que otro silbido. Me fijo y veo venir al señor Alcalde con su señora, montados en carroza. El chavalín de mi vera le grita: “Das letztes mal, Ude”. Y se ríe. Nos ha salido de la CSU, el jodío. En fin, Ude se ríe también como buen vendedor que es y hace como que no se acuerda de la ostia que le dieron el otro día.
Ude en la Max-Joseph-Platz
Sigo a lo mío y me acabo retirando al Wiesn, próxima parada. A todo esto me cruzo por el camino con un puñado de asiáticos, a lo mejor chinos o a lo mejor japoneses, disfrazados de bávaros. Me da la risa a mi también. Aunque bien visto, hasta yo voy disfrazado de bávaro. Y un turco disfrazado de bávaro también podría ser motivo para partirse la caja. Que sí, que en lo que llevamos de semana me han preguntado cuatro o cinco veces que si vengo aus der Türkei. Hace un par de días hasta me hablaron en turco, me figuro. Hoy vengo afeitado y disfrazado, así es que no hay lugar a dudas.
¿Que hacen unos asiáticos vestidos de bávaros? ¿Y yo?
Vamos tirando pa la carpa que es mediodía y se me espera. El desfile de los trachten, por cierto, se acaba y las carpas del Oktober se están empezando a llenar hasta la bandera. Me da la sensación en todo caso que este año ha venido menos gente, pues en ningún momento del día han llegado a cerrar puertas por superar el aforo. Nosotros, por si las moscas, habíamos venido a la casa de Paulaner con la mesa reservada. Nos vamos germanizando, ya lo he dicho aquí un par de veces. Con el día pasado, tropocientos anprosits de cerveza sin alcohol –estoy pero que muy en horas bajas– es hora de recoger trastos que mañana se trabaja. De camino, pasamos por el pasillo central de nuestra Winzerer Fähndl. Qué jaleo! Calvetes que parecen italianos empujan por todas las partes; algunos tocan el culete de las chavalas que les pasan por delante sin que estas se inmuten lo más mínimo; los camareros se ganan la vida como pueden; un señor que se cree Chris Martin toca la guitarra ahí arriba para suerte de 8.000 personas que le bailan las gracias pedo total; una chiquita vende sombreros de fieltro; alguno se está vomitando encima; la seguridad, que me cae muy gorda, no da para más… y nosotros, satisfechos después de quemarnos los cuartos en un abrir y cerrar de ojos, nos vamos a casa. No está mal para empezar.
Después de 15 días casi extenuantes, para Múnich y para cualquier ciudad que se preste a algo tan gordo, hoy termina Oktoberfest. En un rato, me voy a despedirlo, pero antes quería comentar algunas anécdotas que he ido descifrando sobre la marcha:
Beber, beber, beber. Hace unos días ya comenté que la Oktober conmemora la boda real entre Luis I y Teresa de Sajonia, así como que recibe a más de seis millones de personas en un par de semanas. Mi segunda edición del festival me permite constatar –y advertir a los románticos- que es una fiesta para beber, beber y beber. Olvidémonos de bailes tradicionales, de saborear la mejor gastronomía típica de Baviera, etc. Bailar se puede bailar, nadie nos mirará mal; comer se puede comer, y además únicamente bávaro; pero la cerveza es el elemento sobre el que gira todo, sin edulcorantes.
La feria. Si tuviera que ponerle un complemento a la birra, además de los Trachten, ese serían las atracciones de feria. Un viajero español me dijo el otro día, de paseo por el Wiesn: “Mira, si disparan con la escopeta. Como en la feria de mi pueblo hace 30 años”. Es verdad, los participantes de la Fiesta de la cerveza van a la feria, prueban puntería, hacen pruebas de fuerza, les compran piruletas a sus seres queridos, suben a la noria o al tren de la bruja y otras cosas por el estilo. Mi viajero añadió: “Ahora en cualquier punta de España tenemos un parque temático con pistolas láser para disparar y montañas rusas que les dan mil patadas”. Efectivamente, quizá podríamos decir en este apartado que los bávaros y las bávaras se conforman con poco. Así nos luce el pelo a nosotros, los de la escopeta láser, y así les luce a ellos.
Trachten. Cuando llegué a Múnich, me prometí que nunca me compraría un Lederhose. Me equivocaba, ha pasado un curso y ya he estrenado el mío. La inmensa mayoría de los habitantes de esta ciudad que nos pasamos por Theresienwiese lo hacemos luciendo un Dirndl o un Lederhose –bueno, algunos, lucir no lucimos-. Me comentan, fuentes tan fidedignas como mi adorable ex vecina, que esto no siempre fue así. Antaño, los Trachten los llevaba la gente de pueblo y por supuesto ninguna chicha de bien osaba lucir uno que dejase al aire sus rodillas. Hoy las cosas son muy diferentes, tenemos Dirndl de falda larga, corta y extremadamente corta, o Ledehose para hombres, para mujeres, para mujeres que se sienten hombres, de colores, etc. ¿Qué será lo próximo? Que se lo pregunten a la industria de la moda, que ha puesto sus ojos sobre este mercado.
Corazones de jengibre, pinzas o fotografías. El negocio del souvenir aquí es, como no, gigantesco. Los corazones de jengibre están por todas partes. Todavía hoy son comestibles aunque me atrevería a decir que cada día son menos apetitosos. El mensaje que llevan incrustado es variable y coquetea con lo cursi en plan: te quiero, mi pequeña princesa o mi corazón.
Lo de las pinzas es otra historia, nos las venden en las carpas grabadas con nuestro nombre, y aunque a menudo acaban adornando algún escote, deberían servir para diferenciar nuestra cerveza del resto. Sí, son pinzas de madera de las de toda la vida, las de tender.
Y lo de las fotos, como en cualquier otra gran fiesta: primero nos fotografían sin preguntar, luego quieren que encima compremos las imágenes.
Demasiada gente, demasiado caro. También lo dije el otro día, prohibido ir a Oktoberfest pasadas las 11 de la mañana de un día festivo o de fin de semana. El resultado lo reitero: no se puede entrar a la carpa porqué está cerrada. Overbooking, saturación, llamadlo como queráis. Entre semana, la cosa cambia un poco, pero me da la sensación que cada año la evolución es a peor. Alternativas que se me ocurren a bote pronto para poder coger una mesa en Oktoberfest: ir por las mañanas en días laborables, preferiblemente de lunes a jueves; si vamos en fin de semana, plantarnos allí incluso antes de la hora de apertura (9 de la mañana); y la mejor, meterse en Internet casi un año antes del próximo Oktoberfest y reservar una mesa donde nos apetezca.
El tema de los precios, irritante. Si nos atendemos a la hemeroteca, el precio de la cerveza ha crecido un 40% en el último lustro. Este 2012 hemos pagado el litro entre 9 y 9,5 euros, lo que se transforma en 10 tras la pertinente propina. Si esto sigue así, mi consejo será: pasaros por Oktoberfest un rato, tomaros una y salir pitando en busca de un lugar en el que se pueda beber y comer a un precio decente. Para que visualicéis: jarra de cerveza de 1l + medio pollo en una carpa del Oktober, 20 euros; lo mismo en cualquier cervecería de Múnich, bien pagado, 15 euros.
¿Por qué las camareras tienen prisa? Esta es una pregunta que seguro os habéis hecho, los que habéis estado dentro de una carpa en un día concurrido. Las camareras y camareros que trabajan en Oktoberfest son revendedores. Esto significa que cuando encargamos nuestras bebidas van a una barra de servicio, pagan por adelantado la bebida que van a servir, cargan en la barra y nos la sirven a nosotros. Trabajan por cuenta propia como comisionistas y su negocio reside en la comisión que tienen por venta de cerveza o comida y la propina. Por eso las podemos encontrar obsesionadas con que vayamos bebiendo, ya que les va el sueldo – a más cervezas vendidas, más ingresos-. Y de ahí también la importancia de la propina, que se terminarán cobrando por las buenas o por las malas.