Diario de Oktoberfest (IV): curiosidades y consejos varios
Después de 15 días casi extenuantes, para Múnich y para cualquier ciudad que se preste a algo tan gordo, hoy termina Oktoberfest. En un rato, me voy a despedirlo, pero antes quería comentar algunas anécdotas que he ido descifrando sobre la marcha:
Beber, beber, beber. Hace unos días ya comenté que la Oktober conmemora la boda real entre Luis I y Teresa de Sajonia, así como que recibe a más de seis millones de personas en un par de semanas. Mi segunda edición del festival me permite constatar –y advertir a los románticos- que es una fiesta para beber, beber y beber. Olvidémonos de bailes tradicionales, de saborear la mejor gastronomía típica de Baviera, etc. Bailar se puede bailar, nadie nos mirará mal; comer se puede comer, y además únicamente bávaro; pero la cerveza es el elemento sobre el que gira todo, sin edulcorantes.
La feria. Si tuviera que ponerle un complemento a la birra, además de los Trachten, ese serían las atracciones de feria. Un viajero español me dijo el otro día, de paseo por el Wiesn: “Mira, si disparan con la escopeta. Como en la feria de mi pueblo hace 30 años”. Es verdad, los participantes de la Fiesta de la cerveza van a la feria, prueban puntería, hacen pruebas de fuerza, les compran piruletas a sus seres queridos, suben a la noria o al tren de la bruja y otras cosas por el estilo. Mi viajero añadió: “Ahora en cualquier punta de España tenemos un parque temático con pistolas láser para disparar y montañas rusas que les dan mil patadas”. Efectivamente, quizá podríamos decir en este apartado que los bávaros y las bávaras se conforman con poco. Así nos luce el pelo a nosotros, los de la escopeta láser, y así les luce a ellos.
Trachten. Cuando llegué a Múnich, me prometí que nunca me compraría un Lederhose. Me equivocaba, ha pasado un curso y ya he estrenado el mío. La inmensa mayoría de los habitantes de esta ciudad que nos pasamos por Theresienwiese lo hacemos luciendo un Dirndl o un Lederhose –bueno, algunos, lucir no lucimos-. Me comentan, fuentes tan fidedignas como mi adorable ex vecina, que esto no siempre fue así. Antaño, los Trachten los llevaba la gente de pueblo y por supuesto ninguna chicha de bien osaba lucir uno que dejase al aire sus rodillas. Hoy las cosas son muy diferentes, tenemos Dirndl de falda larga, corta y extremadamente corta, o Ledehose para hombres, para mujeres, para mujeres que se sienten hombres, de colores, etc. ¿Qué será lo próximo? Que se lo pregunten a la industria de la moda, que ha puesto sus ojos sobre este mercado.
Corazones de jengibre, pinzas o fotografías. El negocio del souvenir aquí es, como no, gigantesco. Los corazones de jengibre están por todas partes. Todavía hoy son comestibles aunque me atrevería a decir que cada día son menos apetitosos. El mensaje que llevan incrustado es variable y coquetea con lo cursi en plan: te quiero, mi pequeña princesa o mi corazón.
Lo de las pinzas es otra historia, nos las venden en las carpas grabadas con nuestro nombre, y aunque a menudo acaban adornando algún escote, deberían servir para diferenciar nuestra cerveza del resto. Sí, son pinzas de madera de las de toda la vida, las de tender.
Y lo de las fotos, como en cualquier otra gran fiesta: primero nos fotografían sin preguntar, luego quieren que encima compremos las imágenes.
Demasiada gente, demasiado caro. También lo dije el otro día, prohibido ir a Oktoberfest pasadas las 11 de la mañana de un día festivo o de fin de semana. El resultado lo reitero: no se puede entrar a la carpa porqué está cerrada. Overbooking, saturación, llamadlo como queráis. Entre semana, la cosa cambia un poco, pero me da la sensación que cada año la evolución es a peor. Alternativas que se me ocurren a bote pronto para poder coger una mesa en Oktoberfest: ir por las mañanas en días laborables, preferiblemente de lunes a jueves; si vamos en fin de semana, plantarnos allí incluso antes de la hora de apertura (9 de la mañana); y la mejor, meterse en Internet casi un año antes del próximo Oktoberfest y reservar una mesa donde nos apetezca.
El tema de los precios, irritante. Si nos atendemos a la hemeroteca, el precio de la cerveza ha crecido un 40% en el último lustro. Este 2012 hemos pagado el litro entre 9 y 9,5 euros, lo que se transforma en 10 tras la pertinente propina. Si esto sigue así, mi consejo será: pasaros por Oktoberfest un rato, tomaros una y salir pitando en busca de un lugar en el que se pueda beber y comer a un precio decente. Para que visualicéis: jarra de cerveza de 1l + medio pollo en una carpa del Oktober, 20 euros; lo mismo en cualquier cervecería de Múnich, bien pagado, 15 euros.
¿Por qué las camareras tienen prisa? Esta es una pregunta que seguro os habéis hecho, los que habéis estado dentro de una carpa en un día concurrido. Las camareras y camareros que trabajan en Oktoberfest son revendedores. Esto significa que cuando encargamos nuestras bebidas van a una barra de servicio, pagan por adelantado la bebida que van a servir, cargan en la barra y nos la sirven a nosotros. Trabajan por cuenta propia como comisionistas y su negocio reside en la comisión que tienen por venta de cerveza o comida y la propina. Por eso las podemos encontrar obsesionadas con que vayamos bebiendo, ya que les va el sueldo – a más cervezas vendidas, más ingresos-. Y de ahí también la importancia de la propina, que se terminarán cobrando por las buenas o por las malas.