La portería

La portería, en algún lugar de Madrid
La portería es un cuartucho angosto, polvoriento, oscuro. Casi siniestro. Sin ventanas, en su interior el aire se respira encolillado y no se conocen allí más amaneceres que los que retransmite Jiménez Losantos. Bendito transistor, cuántos goles del niño Torres, casi 100, se han cantado en la portería. Cual monoplaza, no hay lugar para dos y completar adentro una jornada es cosa solo al alcance de bizarros. No conocen mano de pintura, las paredes de la portería, desde, como poco, los tiempos de don Jesús. Sí, y tal y tal. Resulta que la portería es colchonera. Colchonera y rojigualda, que ahí es nada. Y ornitológica, se podría decir. O sea, más del generalísimo que felipista. Torrentista, cien por cien. A saber. En cualquier caso, la portería es más que un trastero-museo para nostálgicos del ABC en blanco y negro; la portería es castiza, es pura, es auténtica, y es, dentro de su absoluta fealdad, increíblemente bella.