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Salzburgo: tres miradores

Estos días de mercadillos navideños he tenido la oportunidad de volver a recorrer los dos montículos que envuelven Salzburgo, con sus tres miradores. No me han descubierto nada nuevo, pero me han recordado que unos son mejor que otros (según qué busquemos).

Fortaleza de Hohensalzburg

Vista desde la fortaleza. /SALZBURG FESTUNG

Vista desde la fortaleza. /SALZBURG FESTUNG

La mayoría de viajeros que persiguen una panorámica de Salzburgo desde las alturas suben aquí. Bajo mi punto de vista, si lo que queremos es inmortalizar la ciudad de la sal en toda su dimensión, es un gran error. Subir a la fortaleza a hacer fotos desde las alturas nos excluye del campo de visión uno de los elementos más singulares de Salzburgo: el mismo castillo, pues fotografiando desde este nunca lo vamos a poder tomar.

Además, es el único de los tres miradores al que no se puede subir si no se paga. Algo más de once euros si ascendemos en el cremallera y ocho si lo hacemos a pie. Eso sí, el precio incluye la entrada a las dependencias de la fortificación medieval, que con sus casi mil años de historia bien merece un paseo.

Si lo que se pretende es visitar el fortín por dentro o disfrutar de los Alpes, al otro lado de la ciudad, entonces sí merece la pena y mucho pasar por caja.

Para usar el ferrocarril hay que tomar el camino que sube al Mönchberg desde Kapitelplatz. A los pocos metros aparece la estación. Los que suban caminando han de seguir por la misma vía hacia arriba hasta la puerta del bastión.

www.salzburg-burgen.at/en

Museo de Arte Contemporáneo

Vista desde el museo

Vista desde el museo

Lo de este mirador próximo al de la fortaleza, en el mismo Mönchberg, es una solución intermedia. Los más perezosos pueden alcanzarlo sin esfuerzo, previo pago de 3,4 euros por un ticket de subida y bajada en ascensor, mientras que los que gustan del esfuerzo pueden encaramarse libremente a pie.

Las vistas son fantásticas, con la ciudad histórica de Salzburgo a nuestros pies y Hohensalzburg al fondo, flanqueándola. De fondo el río Salzach y el Kapuzinerberg.

Si nos quedamos con ganas y disponemos de mucho tiempo, se puede visitar el museo local de arte contemporáneo –Museum der Moderne–, pues esta azotea es en realidad su terraza. Si tenemos solamente algo de tiempo, se puede descender caminando a través de la montaña y la antigua muralla.

Para llegar hasta el ascensor desde el centro hay que cruzar toda la Getreidegasse, calle principal del Altstadt, e ir en busca luego de la Gstättengasse. Una gran puerta en la roca nos avisa del acceso al museo y con ello al balcón panorámico. A pie, se llega por la abadía de los agustinos en el oeste o bien, más rápido, subiendo las escaleras que parten desde las casas de los festivales.

www.salzburg.info/de/anreise_verkehr/oeffentlicher_verkehr/moenchsberg_aufzug

Kapuzinerberg

Vista desde la montaña de los capuchinos

Vista desde la montaña de los capuchinos

En realidad Salzburgo estuvo dotada de dos fortificaciones, una a cada lado del río. En el extremo norte se halla la segunda de las mismas, abadía a su vez de los capuchinos.

Para alcanzarla, y las magníficas vistas que regala, hay que salir del centro, cruzar el río y seguir por la Linzer Gasse. A las primeras de cambio nos aborda un arco y una empinadísima cuesta, la que nos conduce a nuestro destino. No hay otra vía.

Una vez arriba, bajo mi punto de vista, la vista panorámica más completa de Salzburgo, con el centro histórico íntegro, tras el sinuoso Salzach y con la fortaleza y el Mönchsberg en segundo plano. Al fondo, los Alpes. Es decir, todo.

Como contra, el sol de cara nos dificulta tomar la foto desde aquí durante las horas de más luz.

www.salzburg.info/en/sights/nature_in_the_city_of_salzburg/mountains_in_the_city_of_salzburg/kapuzinerberg

La miseria y la porquería se cruzan las miradas en presencia de la indiferencia

El callejón de Linz aparecía concurrido a media tarde. Una legión de señoras en la cincuentena, cabellos rubios, medias melenas, algunos abrigos de piel, correteaba de escaparate en escaparate mientras anochecía a toda prisa. Junto a una de estas glamorosas vidrieras yacía, sentado en el suelo, el tullido. Nadie sabe donde vive en realidad aquel desaseado hombrecillo, al que para mayor desdicha le falta una pierna, lo cierto es que es un habitual de esta zona de Salzburgo frecuentada por la gente acaudalada tan común en la ciudad de la sal. Allí, en su esquina que no es ninguna y lo son todas, acostumbra a pedir limosna, algo tan triste ayer como hoy por mucho que a la mayoría nos deje impasibles. Aquella tarde, en cambio, alguien reparó en su presencia en la calzada adoquinada. Ella, regordeta, enfermiza, con una fina pelambrera tan gris como cochina, ojos pequeños, mirada perdida, caminaba renqueante por el adyacente callejón de San Sebastián. Desde el interior de una pomposa tienda de vestidos tradicionales, dos dependientas advirtieron finalmente su abultada presencia a través del ventanal y parecieron quedar hipnotizadas, a la vez que horrorizadas, ante los andares de una criatura tan fea. Durante unos segundos, como yo mismo, siguieron impasibles el trayecto de la fémina con la única ayuda de sus miradas, sin moverse un milímetro de su confortable escenario. Cruzado el callejón, la rechoncha criatura asomó al fin por la calle principal, justo por la esquina escogida ese día por el pobre tullido, como si le fuese buscando. Para entonces sucedió lo inevitable y ambos cruzaron finalmente miradas: por un lado y sorprendido, él, un hombre desgraciado, pobre a rabiar, golpeado seguramente por alguna enfermedad y marginado hasta lo más bajo de la calle por esta cruel sociedad que empuja escaleras abajo a todo aquel que desentona; por otro ella, vieja, andrajosa, asquerosa incluso para el ser humano más sufrido. En verdad, ni un hombre tan acostumbrado a las penas como él pudo soportarla, por lo que en un acto tan reflejo como escasamente planificado aquella diezmada persona decidió pasar a la acción: agarró su vieja gorra cargada de pequeñas monedas y decidió golpearla con todas sus fuerzas a la altura de la cabeza. Zas!, se oyó fuertemente unos metros más allá al impactar finalmente el sombrero contra el suelo. Aquel instante lo tengo archivado en mi memoria, una imagen congelada en la que un sonido agudo metálico dio paso a un rosario de pequeñas y variadas monedas volando por los aires, la limosna de la gorra, que tras la imagen congelada volvió a resonar al impactar contra el suelo, finalmente desparramada por la calle para más desgracia del hombre desgraciado. No pude ver el desenlace de la escena, para entonces en realidad andaba demasiado lejos sumido en mi cómodo egoísmo como tantos otros. Pero no puedo dejar de imaginarlo en mi mente: el amargor de aquella persona, totalmente justificado, seguramente debió de dar al traste con el paseo urbano de aquella gigantesca rata que no encontró en la impoluta calle de Linz mejor rincón al que arrimarse. Perdón.

Cifras y viajes complicados de verano

Estamos en agosto y los turistas hispanos se cuentan por cientos en Múnich. Supongo que la crisis en España se nota a la hora de elegir compañía aérea, hotel o restaurante, porque lo que es seguir viniendo, siguen. Entro por la puerta de casa molido, cada noche, sin una gota de energía. De seguir así, mejor será que aprenda a cambiar el patrón por el que corto las excursiones, y pasar del modelo artesanal a la producción en serie. Supongo que antes de eso acabará la temporada alta y los tours como el del otro miércoles: diecinueve a Salzburgo, con cancelación y cambio de tren a la ida incluidos. El número nunca es lo peor, lo malo es que a cada uno lo pare su madre y su padre y a mi me toca sacarlos a pasear a todos juntos. Hablando de cifras, la señora Carmen se anotó la mejor marca hasta la fecha, en mi cuaderno de viajes. Con 81 veranos como éste, la recordaré como la anciana del acento andaluz que se pegaba a mi para poder oírme. Cinco o seis kilómetros y unas salchichitas se comió en Salzburgo la señora Carmen, sevillana, con su Yolanda. Ya se sabe, cuanto más grande es el grupo, más divertido y más jodido: señoras que salen de excursión a punto de romper aguas, solteronas de carácter variable, familias que vienen de aquí y otras que vienen de allá. La misma película de anoche, esta vez en versión casi kitsch. Vegetarianos, salchicheros, judíos –sí, los hebreos también viajan-, cerveceros, abstemios, bastante chalados, puteros –otra vez-, mayores casi viejos y jóvenes casi mayores, europeos y americanos… todos juntos en un tour sobre cerveza y gastronomía en Baviera o mejor dicho, en un cóctel molotov que podía haber terminado como el rosario de la aurora y acabó en Hofbräuhaus con unos chistes fáciles y una decena de palmaditas en la espalda. Eso para ellos, yo estuve a punto de morir al entrar por la puerta de casa, aunque al final no fue para tanto y simplemente me quedé grogui al primer contacto con el sofá. Hoy, más historias para no dormir -o para hacerlo incluso antes de llegar a la cama-.

Gracias Paco

Querido Paco, tu no me conoces. Yo tampoco hubiese sabido nunca de ti, si no fuera por una de esas maravillosas casualidades que nos brinda el destino. Ahora sí. Aunque no fue de visita en Jaén, sino en un tren de camino a Salzburgo. He conocido algunas pinceladas de tu historia, pero sobretodo ha podido adorar tus anacardos, almendras, pistachos y macadamias tostadas. Oh, tus macadamias! Desde Múnich intuyo el sabor crujiente de tus patatas fritas. Te parecerá increíble, pero me alegraste el picnic del fin de semana. Algunos de los tuyos se encargaron de hacerlo dejando en mis manos uno de tus paquetes de frutos secos. Un manjar, traído para mi hasta Alemania… por amor al arte! Enhorabuena.

Así es Paco, te doy las gracias. Por haber enseñado a tostar tan bien las papas a los tuyos. Eso ya es mucho. Pero te agradezco aún más los valores que has impreso en tu marca, los que te trajeron hasta Múnich en una maleta y los que te hicieron llegar hasta mi en forma de regalo. Esos valores son un bien escaso. Nuestro encuentro ha sido muy breve, pero lo recordaré con mucho cariño. Quizá porqué donde veo tu retrato, y el de los tuyos, veo también el de los míos.

No te entretengo más, Paco. Gracias por las papas, por los frutos secos… y por la buena gente de tu Casa. Te prometo que si algún día visito Jaén lo haré con un pimiento relleno debajo del brazo. Por si nos volviésemos a cruzar en el camino.

 

(Hace algunas semanas, un grupo de viajeras argentinas me dejaron deslumbrado con sus historias mientras viajábamos juntos de camino a Salzburgo para hacer una visita guiada -sí, me tenéis trabajando de guía turístico-. Fueron ellas las que me dieron la idea de contar aquí en forma de relato breve algunas “historias robadas” con las que me encuentro cada semana.)