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Los guías y las propinas
“Tienes que enseñarte a pedir propinas”. Lo recuerdo perfectamente, fue una de las primeras frases lapidarias que recibí en mi instrucción, más bien callejera en sus inicios, como guía turístico. Ha llovido un montón, en Múnich eso no significa gran cosa, así es que me acuerdo perfectamente. Solamente de pensarlo, me pongo sonrojado, pues yo soy más bien modoso para estos asuntos. Serán cosas del falso pedigrí adquirido tras el paso por la facultad. Porque, la verdad, aunque a días los licenciados nos creamos por encima del bien y del mal, no conozco a nadie que no responda de una u otra manera a los estímulos provocados por el movimiento de una billetera. Yo, no os engaño, soy sensible –especialmente si me siento autorizado moralmente para el estímulo–, por mucho que me escandalice mientras escribo estas cosas y me esfuerce por convencerme de lo contrario. En fin, vayamos al grano, este es un artículo destinado a tipificar cinco modalidades de propina recibidas por el guía de turismo. Aprendices, tomen nota. Viajeros, les digo lo mismo.
1. Propina normal. Como su propio nombre indica, es la más corriente a uno y otro lado del charco. El pan nuestro de cada día, para todos aquellos que guiamos con la ñ. ¿Qué cómo funciona? Muy fácil, consiste simplemente en no recibir absolutamente nada al final de la visita. “Que para eso ya hemos pagado, María”, le argumenta él a ella.
Es la recompensa preferida para sus guías, tras un duro día de trabajo, por parte de viajeros y turistas venidos de todos los rincones de la península ibérica. De hecho, la denominación propina ibérica es igualmente válida para este tipo de apunte bancario, nulo.
Por cierto, dispone de algunas variantes simpáticas. Entre las más singulares: la palmadita en la espalda acompañada de una felicitación por el trabajo bien hecho o la entrega de una tarjeta de visita personalizada, “para que estemos en contacto” cuando vengas por mi pueblo, “que eres un tío cojonudo”. Esta última modalidad es como tirar un penalti al póster, ya que es inevitable que al guía se le haga la boca agua, a veces indisimuladamente, al comprobar que el cliente echa mano de la cartera. Es para coger la tarjeta de visita. Uyyyyy!!!!
Por otro lado, y esto sí que jode, el modo propina normal es radicalmente diferente para los guías anglosajones: oscila entre los 20 y los 50 euros por día, de media, dada la costumbre de gratificar entre británicos, norteamericanos, australianos… La puntilla es cuando un compañero te dice “no te preocupes, es una cuestión cultural”.
2. Propina inesperada. Es la que, en contadas ocasiones, te dan unos españoles al final de una excursión. Ya lo dice su nombre, es inesperada, infrecuente, rara, difícil, reconfortante, feliz… No importa si es de cinco euros o de cincuenta, como no te la esperas te pone muy contento.
3. Propina cantada. Es la que te conceden un grupo de turistas sudamericanos al final de una excursión. Ya de buena mañana, cuando los recoges en el hotel o el punto de encuentro, la puedes ver venir. Eso sí, hay que sudarla, a base de sonrisas, consejos, apuntes en el plano de la ciudad y cosas por el estilo. Cuando los ofreces, quizás no eres consciente de que te estás fabricando una recompensa económica. Pero lo estás haciendo. Sale mejor si ese día vas de tour sin afeitar y vestido con ropa de Zara. Si es vieja, lo bordas. “Pobre español, con lo preparado que está y se ha venido a Alemania a trabajar. Menuda crisis que tienen”. Esto igual te lo dicen que se lo callan, pero lo piensan siempre.
Una variación tan rara como satisfactoria: si vas con un grupo numeroso de turistas y uno de ellos te da una propina cantada, entonces está cantado que todos –igual se escaquea algún español– se sumarán a la fiesta y terminarás haciendo una caja del copón. Viva Bolívar.
4. Propina compasiva. Es una degeneración de la cantada, dolorosa. Si te añaden la frase “yo también he sido estudiante y sé lo que se sufre” te dejan KO. “Señora que estudiar es muy bonito y se puede hacer toda la vida, sin dar pena”. Lo dicho, es infrecuente pero que te den unas monedillas en esas condiciones, más que arreglarte el día, te lo fastidia.
Por imaginar el peor escenario posible: te dan una propina compasiva un día de lluvia, el tour se ha alargado más de lo previsto y además los turistas te caían gordos. Por suerte, esto es atípico.
5. Propina gigante. Esto sí que es extraño. Sucede de uvas a peras, pero de repente un día te viene un señor a última hora que puede pertenecer al grupo de donantes inesperados, cantados o compasivos y te afloja la mosca. Cuando ves el billete de 50 euros se te caen los huevos al suelo, propinando lenguaje apropiado. La verdad, estas propinas duran menos en el bolsillo que un caramelo a la puerta de un colegio. Ese mismo día te la fundes en unas zapatillas, un par de libros o una cena romántica. Qué pena que no sean la norma.
Podría quemar páginas y páginas revelando el lado más visceral del guía turístico, pero no le quiero provocar los vómitos a nadie. Solamente puedo añadir que, por mucho que algunos guías se esfuercen por poner cara de “no sé de qué me hablas”, todos –bueno, siempre hay algún raro– esperan con los brazos abiertos ese billete apretado entre las manos antes de la despedida. Los más recatados matizarían que “no es para tanto”, añadiendo a continuación que “a nadie la amarga un dulce”. La señora de la media melena y la chaquetita a medida, guía oficial, con su magnetófono y su grupo escolar, es posible que niegue la mayor. Ya que estamos, yo también reniego de todo lo que he confesado. ¿Acaso tengo cara de aceptar propinas?
Viaje al sudeste asiático (anexo III). Tuol Sleng y el genocidio camboyano
El paso por la antigua prisión S-21, en Phnom Penh, fue una de las visitas ocultas en el cuaderno de viajes durante nuestro reciente periplo por el sudeste asiático. No tuve cuerpo para comentarla entonces, a sabiendas de que sería un tema difícil de olvidar. Un reciente paseo por el antiguo campo de concentración de Dachau, ya en casa, me hizo recordar la importancia del asunto.
No es la primera vez que posteo aquí sobre un campo de concentración. O peor, de exterminio. Obviamente no son lo mismo. Y aunque los inserte en el Quadern como una recomendación de viaje, está claro que no son lugares para el disfrute. A pesar de todo, y siempre que sea desde el respeto y una perspectiva didáctica, estoy convencido de que conocer de primera mano un lugar como la prisión S-21 equivale a una lección magistral, incomparable, sobre ética.
Tuol Sleng Genocide Museum. Ese es el nombre completo de la antigua prisión de máxima seguridad camboyana, que no hace tanto fue un colegio por el que correteaban niños descalzos entre sus pasillos al aire libre. En 1975, todo cambió inesperadamente, de la misma forma que los vecinos de Oświęcim se vieron sorprendidos por las alambradas de la muerte en 1940.
Aunque la cifra exacta de víctimas de los Jemeres Rojos no se ha confirmado, la población de Camboya descendió en varios millones de personas –se estima que en unos dos- durante su descabellado gobierno de menos de tres años. En este sentido, Tuol Sleng es únicamente el icono, el símbolo de aquél régimen tiránico, que no es poco. Unas 20.000 personas perdieron la vida en esta cárcel ubicada en pleno centro de la capital, víctimas de una crueldad incomprensible que hace saltar las lágrimas a cualquiera.
Creo que Mariola no me vio, pero yo lloré aquella mañana, de la misma forma que lo hice esta misma semana en silencio mientras visionaba el documental sobre la liberación del campo de concentración de Dachau en la Segunda Guerra Mundial. También suspiré ese otro día, en Auschwitz, y seguramente lo haga una próxima vez, al recordar lo acontecido no hace tanto en Ruanda, en Srebrenica, Kurdistán, etcétera.
¿Y, entonces, merece la pena visitar el escenario de un genocidio si sabemos que saldremos del sitio con un mal cuerpo terrible? En mi caso, me reitero: no tengo dudas. No es lo mismo releer las páginas de un libro, incluso ilustrado, que darse un paseo entre las celdas minúsculas y oscuras de un lugar tan miserable como Tuol Sleng.
Allí, mientras reflexiona, uno oye los pajarillos romper un silencio inusual, trata de disfrutar del sol magnífico de Phnom Penh, incluso descubre un lugar a simple vista agradable donde sería posible la relajación. Pero entonces abre los ojos y aparecen a la vista los alambres de espino y un escalofrío rompe toda posibilidad de sentirse confortable. Así es: hasta el lugar más apacible puede convertirse en una fábrica de terror. Está en nuestras manos.
No me recrearé en la visita a la prisión de los Jemeres rojos, los que han oído alguna vez su historia saben que trataron de destrozar cualquier rasgo de civilización moderna en su país. Por eso, las clases medias, los funcionarios, los habitantes de Phnom Penh en general, fueron blancos seguros para los seguidores de Pol Pot. En Tuol Sleng, fueron retratados muchos de ellos, aterrorizados ante sus verdugos, indefensos, sin distinción alguna por edad o sexo. La crueldad no las hace.
Tan terribles como las imágenes de las víctimas son las celdas improvisadas de aquella prisión, las salas de interrogatorio o los restos de la tortura inflingida en el patio.
Suficiente. Dije que no me recrearía y ya lo he hecho demasiado. Aunque no lo anoté entonces, fuimos a Tuol Sleng, en Phnom Penh, y volveríamos mañana sin dudarlo. Solos. Con nuestros hijos. Con nuestros padres. Allí miramos una vez más de frente a la maldad, conocimos de lejísimos la crueldad, recordamos que somos capaces también de lo peor y por esa misma razón no conviene despistarse. Aquel lugar, aquellas fotografías que nunca deberían de haber existido, nos lo recordaron. Por si acaso, la señora que custodia la entrada nos advirtió ya antes de entrar: “Aquí está prohibido sonreír”. Faltaría.
Núremberg bien vale un paseo (o más de uno)
Hay quien la conoce por los congresos del NSDAP en los días previos a la Segunda Guerra Mundial, o bien por los juicios allí celebrados tras la contienda, pero Núremberg es mucho más que eso. A pesar de haber quedado destruido en un 90% tras los injustos bombardeos de 1945, el centro histórico nuremburgués ha conseguido resucitar hoy milagrosamente, hasta el punto de trasladarnos por momentos a la Edad Media, los tiempos del Sacro Imperio Romano Germánico en los que la ciudad franca fue una importante plaza. No en vano, el centro histórico de Núremberg es uno de los más grandes de Alemania, rodeado por una gigantesca muralla del siglo XIV y asentado a los pies de lo que un día fuera castillo imperial germano. Museos, construcciones medievales y algunos elementos gastronómicos con marca propia, son algunos de los principales atractivos de la ciudad, que brilla con luz propia durante diciembre, época de los Mercados de Navidad.
(A la crónica de mi primera visita, he querido darle forma de postal.)
Amiga Catharina!
hoy he tenido un primer encuentro fortuito con tu ciudad de adopción, Núremberg. Lamentablemente la excursión solo ha dado para unas horas, pero ya te digo que no será la última. Esperaba encontrarme con una ciudad gris, quizá insulsa tras la reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial, pero me he llevado una agradable sorpresa. De hecho, no he sentido la necesidad de visitar siquiera el centro de documentación sobre los congresos del partido nazi, tan a gusto como me sentía paseando por el centro histórico. Quizá sea el otoño y sus colores, pero la sensación fue de serenidad y confort total. Sendas peatonales por todas partes, muros adentro, y olores entremezclados en plena calle, a menudo contradictorios – desde las típicas y menudas salchichas locales a las castañas asadas de la época-. Genial también el mercado central al aire libre, con sus toldos rojos y blancos cubriendo la plaza del mismo nombre. Cuantas calabazas estos días…
Por cierto, me alcanzó para tocar tres veces el anillo oculto en la Fuente hermosa, veremos si se cumple mi deseo. Tras visitar las iglesias de San Lorenzo y San Sebaldo, el resto de la mañana lo invertimos en callejear por la ciudad amurallada, una buena opción que nos permitió descubrir algunas callejuelas encantadoras con sus tiendecillas y puestos, muchos de ellos dedicados a la venta de dulces típicos y galletas de jengibre.
Queda pendiente para la próxima visita el interior del castillo imperial, la Casa de Durero y alguna otra cosa. Me encantaría hacerla coincidir con el Adviento, pues he leído sobre los fantásticos mercados navideños de la ciudad. Un abrazo muy fuerte y cuídate. Nos vemos, ojalá, en Núremberg.
Más información:
Toda la información sobre los museos de la ciudad está en inglés en la web de Museos de Núremberg: http://www.museums.nuremberg.de
En inglés también existe una versión de la web municipal de Turismo: http://www.nuernberg.de
Para información sobre la ciudad en español, una opción es consultar en la comunidad en facebook de Españoles en Núremberg
En prensa, el artículo de EL PAÍS Núremberg, la ciudad herida (El Viajero, OCT 3 2003) da algunas pistas para dar un paseo agradable. No periodístico pero muy interesante es el post Núremberg, la ciudad más alemana de Alemania, en el blog de la escritora Natalia Corbillón
De europeos y consumo de cerveza
Falta una semana para la apertura del Oktoberfest y voy muniqueando a cuatro manos en busca de temas cerveceros. En estas estaba yo el otro día cuando tropecé con un interesante informe de la Asociación Cerveceros de Europa – los fabricantes europeos-.
¿El tema? La producción y consumo de cerveza en los diferentes países europeos. El informe institucional no revela nada sorprendente, aunque algunas veces no por previsible una historia deja de ser interesante. Y es que, sí, tal y como cabía preveer echando un vistazo al mapa de los jardines de cerveza de esta ciudad, Alemania es el principal productor de cerveza de Europa, el país que más bebe en cifras absolutas -lógico, es el más poblado- y el segundo en litros consumidos al año per cápita.
Según el citado documento, cada alemán consume al año unos 110 litros de cerveza, más del doble de lo que se bebe por cabeza en España -50 litros- o el resto de estados del Mediterráneo. Muy lejos quedan incluso los británicos, con 76 litros per cápita y hasta los irlandeses, que se beben unos 90.
A pesar de todo, el récord absoluto de consumo cervecero lo tienen los checos, que se toman la friolera de 159,3 litros por habitante cada año, lo que se traduce en casi medio litro al día. Criaturas.
Os dejo un enlace al informe en pdf, por si os entra sed:
Cracovia o haz caso del consejo de tus amigos
Hola chicos! (28/08/2011),
os enviamos esta postal desde Cracovia. Os confesamos que nunca se nos hubiese ocurrido visitarla si no hubiese sido por vuestra recomendación.
Ha merecido la pena. La ciudad es un encanto y respira vitalidad por los cuatro costados. Es verano y quizá somos demasiados los turistas y viajeros, pero la verdadera Cracovia sigue siendo fácil de reconocer a pesar de todo.
El centro histórico es precioso y los bares, cafeterías y clubs se cuentan por centenares. El diseño impera en la mayoría de locales y no hace falta que os diga que los precios son, todavía hoy, escandalosamente baratos. Cena para dos en un restaurante: a partir de 15 a 50 euros, ya sabéis. La plaza del mercado, por sí misma, bien vale una visita: con sus enormes dimensiones, sus terrazas repletas, el mercado y las dos torres de la iglesia de Santa María. Total.
Tocados como estamos por la curiosidad, ha sido una suerte poder visitar el gueto de Cracovia y la antigua fábrica de Schindler -gratis, hoy lunes, es el museo de historia local-; también la excursión al campo de concentración de Auschwitz, a 60 kilómetros de aquí. La catedral más grande del horror que jamás habíamos imaginado, pero una lección de historia y humanidad imprescindible.
En fin, ahora nos dirigimos a Breslavia. Ya os lo contaremos.
Por cierto, Mariola y yo esperamos que os vaya muy bien por Londres. Pronto iremos a veros!
Más cosas
Simplemente añadir que, efectivamente, a Cracovia fuimos siguiendo el consejo de una buena amiga, y nos encantó. Íbamos a ciegas y nos sorprendió la enorme oferta turística y de restauración (quizá esto cambie de verano a invierno), así como lo accesible de la ciudad para el viajero. Nos quedamos a dormir en un hotel que en realidad era un centro deportivo con unas pocas habitaciones. No estaba mal, pero no creo que merezca la pena una recomendación (ni una censura), teniendo en cuenta la gran cantidad de sitios que hay para dormir y el abanico de precios.
Sobre la excursión a Auschwitz-Birkenau, escalofriante pero recomendable, para todos. Desde Cracovia hay varios viajes organizados cada día, mientras que los que van por libre (como nosotros) solamente han de saber que Auschwitz no aparece por ningún lado en las señalizaciones de las carreteras, ya que el nombre real de la población en polaco es Oświęcim mientras que la otra denominación fua la impuesta por los nazis, en alemán. La visita, imprescindible con un guía y dura cuatro horas (de reflexión y que pasan volando).
Por cierto, la información turística de Cracovia la gestionan empresas privadas, por lo que no hay web turística oficial, sino decenas de páginas y directorios con abundante información (a veces confusa) sobre la ciudad. También en español.