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#rutaBayern: Rothenburg en silencio
Afuera había mucho ruido. Alboroto forastero. Sonido ensordecedor. Yo era ruido, por lo que no podía evitar sentirme molesto en medio de aquel escenario en forma de plaza empedrada. Solamente los tres puestecillos en el centro de la plaza, en sábado de mercado, conseguían equilibrar algo la situación. En una de estas tiendas, los espárragos blancos, gigantescos, todavía mojados en manos de la vendedora, una mujerona rubia, oriunda y oronda ella, de manos duras y rostro castigado por la vida en el campo, eran seguramente el mejor espectáculo que uno podía admirar. El resto, además, era muy complicado de desentrañar. Por eso, decidí salir pitando de aquella empedrada. Abrí la puerta del edificio más bonito de todos los que vi, el ayuntamiento, precioso palacio renacentista que durante siglos ha sido testigo en primera persona del encumbramiento y posterior caída a los infiernos del lugar. Al otro lado de la puerta, de pronto, dejaron de chirriarme los oídos. Qué descanso. Incluso el sentimiento de culpabilidad, que un rato antes me había estado embargando los pensamientos, quedó anestesiado casi por completo. Por fin, pude observar con serenidad, a través de las vidrieras, aquellos bellos edificios de la calle que, teniendo ante mis ojos, no había conseguido captar hasta el momento. Observar a través de los cristales, en silencio, me hizo sentir como si hubiese sido engullido por una gigantesca botella de vidrio, algo atrapado, pero extrañamente liberado de interferencias. A salvo. Lo primero que hice fue subir por la preciosa escalera en forma de caracol, de piedra noble y vieja, que apareció ante mi. Cuatro o cinco pisos más arriba, el ascenso terminó abruptamente con la irrupción de una puerta con un letrero que decía: “A la torre”. Portón adentro, una enorme sala diáfana revelaba algunos de los secretos del palacio centenario, caso de las enormes vigas de madera sobre las que se sostenía todo. En uno de los costados de la habitación, una puertecilla invitaba a seguir trepando más allá del techo de la casa, en busca de la torre. Y qué manera de trepar. Para cuando me dí cuenta, no había marcha atrás. Los escalones se hicieron más y más estrechos, y la corona de aquella vieja atalaya de cincuenta metros parecía no llegar nunca. De subida, alguna pequeña apertura en la pared seguía regalándome la posibilidad de disfrutar del pueblo, un rato más, libre de interferencias. Por fin, aquella escalinata angosta desembocó en una minúscula salita en la que, no obstante, había lugar para colocar a una recaudadora. Algo de ruido, comprensible y lógico ruido. “Son dos euros”, dijo ella. Tras pasar por caja, los diez peldaños finales, como si del acceso a la escotilla de un submarino se tratara, me escupieron por fin sobre el cielo de Rothenburg. Una vez arriba, superado el cuello de la botella, obtuve como regalo una perspectiva diferente, omnisciente, de un pueblo a doscientos autobuses de asiáticos pegado. Allí no se escuchaba ruido alguno, ni siquiera las emisiones de la docena de vigilantes de la torre que tenía por compañeros, cámara réflex en mano, entorpecieron el espectáculo insonoro. Tejadillos a dos aguas, casonas de madera entrelazada, palacios de piedra, campanarios, torres, ríos, prados verdes y amarillos, primavera… Y silencio, pues allí arriba, por fortuna, todo seguía siendo placentero silencio.
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#rutaBayern: Rothenburg ob der Tauber
Después de dos años de visitas intermitentes y mucha pereza, me decido por fin a anotar aquí algunos datos sobre Rothenburg ob der Tauber. Fantásticamente conservada y empaquetada para regalo en los catálogos de la mayoría de operadores turísticos que pasean sus autobuses por Alemania, lo cierto es que si le guardo bastante la distancia a Rothenburg es porque al pasearla suelo tener la sensación de estar transitando un parque temático: el de la ciudad medieval germana (casi) intacta, eso tan raro de ver en un país que ha sido protagonista de las dos guerras mundiales y experimentado por tanto en ver caer bombas sobre su patrimonio.
En realidad no es tan sencillo. Si bien las murallas y el intramuros parecen mantenerse hoy como hace medio milenio, no creo que sea solamente por haber quedado el recinto libre de munición en el 45, sino porque para entonces ya llevaba varios siglos fuera de combate.
Como sucede en otras plazas de Franconia, Rothenburg jugó por última vez un rol importante en la Guerra de los Treinta Años y lo hizo decantándose del costado de los protestantes. Y después, una vez tomada y sometida por los católicos, la condena al ostracismo con el fin de la violencia y el largo invierno, letargo centenario, de una ciudad que ni siquiera vio pasar por delante la Revolución Industrial, de camino a ninguna parte y lejos muy lejos como parece estar de todo.
Eso, hasta hace cuatro días, cuando empezaron a llegar masivamente los autobuses, descubierta Rothenburg y la Ruta Romántica para el turismo de masas y para el de ojos rasgados en particular. Autocares por cierto que desembarcan a diario por autopista, la 7 de Baviera, la cual ha convertido los 60 km desde Würzburgo o los 80 km desde Núremberg en un paseo, aunque los 220 km que la separan de Múnich siguen siendo más bien un tostón para los de la carretera; un mundo cuando no un imposible para los cuatro masoquistas que se plantan allí en ferrocarril desde la capital con la única opción de echar el día y volver.
Et voilà! He aquí una de las principales razones por las que no le tengo un especial cariño a Rothenburg: porque siempre que la visito lo hago en un absurdo tour de día, con salida y regreso a Múnich en una sola maratoniana jornada, que termina completando casi seis interminables horas de carretera para que un puñado de turistas superficiales puedan retroceder un ratito en el tiempo. Y tan contentos, se me comen un par de bolas de nieve, que no se me compren alguna figurita de decoración navideña en pleno mes de agosto, y a otra cosa mariposa. Palomeadores.
Nada que ver los que deciden pernoctar en Rothenburg o los atrevidos viajeros que se la transitan con sus bicis en el marco de la Ruta Romántica, itinerario bicicleteable de casi 500 kilómetros cruzando el oeste de Baviera de norte a sur y que tengo en el tintero. Mis respetos a estos.
Paseo
Como recinto amurallado y ciudad pequeña que es, Rothenburg es muy fácil de recorrer caminando. Con un par de horas es suficiente para dar un paseo integral que difícilmente superará los 4 kilómetros, más que suficiente para caminar por completo el conjunto histórico. Más allá de este, son menos los elementos de interés en esta ciudad de unos 11.000 habitantes, la mitad de los que tenía en el siglo XV.
Una buena forma de traspasar la muralla es hacerlo por la Rödertor, aparcando el coche por ejemplo en el estacionamiento de Edeka ubicado frente a la misma. Se llega conduciendo por la Ansbacher Strasse hasta el final y doblando a la derecha ante el muro.
Esta torre del siglo XIII da acceso a la calle del mismo nombre, tratándose en este caso de la única zona de Rothenburg devastada durante la II Guerra Mundial, por un incomprensible bombardeo producido el 31 de marzo de 1945.
A los pocos metros se alcanza un segundo torreón, el de San Marcos. Este, del siglo XII, pertenece al primer recinto amurallado. Hoy en día hay un hotel en la casa adyacente, que proporciona una primera vista de postal gracias a la placeta y la fuente de Röder.
Hay decenas de fuentes en el interior del casco antiguo, cuya agua era canalizada de forma secreta desde manantiales de los alrededores, de tal forma que se garantizara el suministro del asentamiento fortificado. Hoy en día, las fuentes aparecen a menudo ornamentadas con flores.
Siguiendo derecho se alcanza en unos metros la plaza principal, la Marktplatz. Punto de mercado y centro neurálgico de Rothenburg ob der Tauber, es otro de los iconos locales.
Aquí se encuentran algunos de los principales edificios, como el Ayuntamiento. Se observa magníficamente desde el sur, con sus dos partes diferenciadas: la gótica (s. XIII) con la torre, hacia la Herrngasse, y la de estilo renacentista, que desemboca en la plaza (S. XVI) cubriendo por completo uno de sus laterales.
Otro elemento singular de la Markplatz es la Taberna de los Concejales, recientemente restaurada. Se la reconoce por sus relojes en la fachada y merece la pena aproximarse a las horas en punto, entre las 11 y las 15 horas, para disfrutar de la breve representación de la escena del Trago maestro.
Institucionalizado hasta convertirse en motivo de la principal festividad del municipio desde 1881, el Trago maestro representa un trascendental episodio histórico acontecido aquí en el marco de la Guerra de los Treinta Años. Tras sitiar la ciudad protestante durante unos días, el general de la liga católica Tilly conseguiría finalmente vencer la resistencia del pueblo y acceder a su interior. Según se representa, fue recibido por las autoridades locales en la taberna, quienes para tratar de aplacar su ira le ofrecieron un enorme vaso de vino de 3 litros y ¼. Este, al ver la gigantesca jarra de vino, habría comprometido las vidas de los gobernantes a que uno de ellos fuese capaz de beberse todo el contenido de un solo trago. El ex alcalde Nusch habría aceptado y conseguido tal reto, consiguiendo así el perdón de Tilly y los católicos.
Además de junto al reloj del edificio histórico, el Trago maestro se puede disfrutar en vivo y en directo varias veces al año, en Pentecostés, en julio y en septiembre. Gran parte de la población local se implica directamente en la escenificación.
Antes de salir de la plaza, merece la pena volver la vista para contemplar la preciosa fuente de San Jorge y las casas que la protegen: la Casa de baile y la Carnicería. Son dos muy buenos ejemplos de fachwerk, arquitectura típica germana a base de celosías de madera.
La cara norte del asentamiento acoge el antiguo barrio judío, la abadía, así como la iglesia principal: la Jakobskirche. Esta parroquia protestante fue construida previamente a la Reforma, entre 1311 y 1484. Es una construcción de tres naves de dimensiones razonables y que presenta una planta atípica. No dispone de fachada principal y se accede por uno de sus laterales, previo pago de un par de euros.
Si se atraviesa el callejón de la Iglesia en dirección sur se alcanza la calle señorial, la Herrngasse. Además de varios palacetes medievales y tiendas de souvenirs de todo tipo, encontramos aquí la iglesia de los Franciscanos. Si se baja toda la calle se llega a la puerta del castillo. Cruzándola entramos en los jardines del Alter Burg. Aquí son espectaculares las vistas panorámicas de Rothenburg, también del río Tauber y las laderas de la montaña frente al claustro de los franciscanos.
Estas laderas cubiertas de viñas (Weinsteg) son aconsejablemente paseables si se quiere proseguir en busca del barrio del Hospital. Al mismo también se puede llegar sin salir de la muralla por la Burggasse.
En caso de haber salido del muro, se accede de nuevo al recinto por la cuesta de la Kobolzeller Turm. Terminada la subida, se alcanza la placeta de Plönlein, seguramente la mas fotografiada de Rothenburg. Mirando al sur desde la misma se admiran dos puertas, la Kobolzeller y la de Stern.
Al cruzar la Sterngasse se accede al recinto del antiguo Hospital, un barrio en sí mismo que acoge un hospicio y otros edificios, protegido todo por un bastión. Aquí puede terminar el paseo por Rothenburg ob der Tauber, que en caso contrario puede proseguir callejeando un poco más sin un rumbo fijo.
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Núremberg bien vale un paseo (o más de uno)
Hay quien la conoce por los congresos del NSDAP en los días previos a la Segunda Guerra Mundial, o bien por los juicios allí celebrados tras la contienda, pero Núremberg es mucho más que eso. A pesar de haber quedado destruido en un 90% tras los injustos bombardeos de 1945, el centro histórico nuremburgués ha conseguido resucitar hoy milagrosamente, hasta el punto de trasladarnos por momentos a la Edad Media, los tiempos del Sacro Imperio Romano Germánico en los que la ciudad franca fue una importante plaza. No en vano, el centro histórico de Núremberg es uno de los más grandes de Alemania, rodeado por una gigantesca muralla del siglo XIV y asentado a los pies de lo que un día fuera castillo imperial germano. Museos, construcciones medievales y algunos elementos gastronómicos con marca propia, son algunos de los principales atractivos de la ciudad, que brilla con luz propia durante diciembre, época de los Mercados de Navidad.
(A la crónica de mi primera visita, he querido darle forma de postal.)
Amiga Catharina!
hoy he tenido un primer encuentro fortuito con tu ciudad de adopción, Núremberg. Lamentablemente la excursión solo ha dado para unas horas, pero ya te digo que no será la última. Esperaba encontrarme con una ciudad gris, quizá insulsa tras la reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial, pero me he llevado una agradable sorpresa. De hecho, no he sentido la necesidad de visitar siquiera el centro de documentación sobre los congresos del partido nazi, tan a gusto como me sentía paseando por el centro histórico. Quizá sea el otoño y sus colores, pero la sensación fue de serenidad y confort total. Sendas peatonales por todas partes, muros adentro, y olores entremezclados en plena calle, a menudo contradictorios – desde las típicas y menudas salchichas locales a las castañas asadas de la época-. Genial también el mercado central al aire libre, con sus toldos rojos y blancos cubriendo la plaza del mismo nombre. Cuantas calabazas estos días…
Por cierto, me alcanzó para tocar tres veces el anillo oculto en la Fuente hermosa, veremos si se cumple mi deseo. Tras visitar las iglesias de San Lorenzo y San Sebaldo, el resto de la mañana lo invertimos en callejear por la ciudad amurallada, una buena opción que nos permitió descubrir algunas callejuelas encantadoras con sus tiendecillas y puestos, muchos de ellos dedicados a la venta de dulces típicos y galletas de jengibre.
Queda pendiente para la próxima visita el interior del castillo imperial, la Casa de Durero y alguna otra cosa. Me encantaría hacerla coincidir con el Adviento, pues he leído sobre los fantásticos mercados navideños de la ciudad. Un abrazo muy fuerte y cuídate. Nos vemos, ojalá, en Núremberg.
Más información:
Toda la información sobre los museos de la ciudad está en inglés en la web de Museos de Núremberg: http://www.museums.nuremberg.de
En inglés también existe una versión de la web municipal de Turismo: http://www.nuernberg.de
Para información sobre la ciudad en español, una opción es consultar en la comunidad en facebook de Españoles en Núremberg
En prensa, el artículo de EL PAÍS Núremberg, la ciudad herida (El Viajero, OCT 3 2003) da algunas pistas para dar un paseo agradable. No periodístico pero muy interesante es el post Núremberg, la ciudad más alemana de Alemania, en el blog de la escritora Natalia Corbillón