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Los días más cálidos
Hace unos días que el verano ha llegado, de verdad, a la ciudad. Ya van casi diez sin que caiga una gota del cielo y, poco a poco, muchos se van poniendo nerviosos. Igual son de carácter nerviosete, bascosos, que decimos en el pueblo. Si llueve porque llueve. Se ponen malcarados. Si hace calor porque aquí no hay quien viva. Se ponen malcarados. Las va de serie. A todo esto, el césped de más de un jardín ha empezado amarillear. Y más que lo hará, en este finde de treinta y largos grados, que se espera. Sol y lago. Ayer pasé con la bici por la Königsplatz y salí de su camino de gravilla lleno de polvo. Lógico. En boca de muchos está, en estos días, el cambio climático; otros hablan de la tontería que es poner un aparato de aire acondicionado en casa: “total, son dos semanas al año”. Ahí, a día de hoy, les doy la razón. En un par de semanas, y ojalá me equivoque, todo esto habrá pasado, y volverán las nubes y las temperaturas muy por debajo de los treinta. Y las tormentas. El gris. El impermeable. Y entonces se les verá, a muchos, malcarados como siempre. Habrá quien dirá: “es el fin del mundo, otro año sin verano”. ¿Qué sería de la cerveza de medio litro sin conversaciones como estas? Mientras llegan los días oscuros y no, nos vamos a la playa de Múnich, el lago de Starnberg, en el sábado más caliente del verano (se esperan hasta 36º este fin de semana!).