Tagged: qué ver en viena
Schnitzel a 200 por hora
Cuentan los manuales que hubo un día en que largarse de Viena sin haberse sentado a la mesa de Figlmüller era poco menos que un delito. De aquellos tiempos en blanco y negro quedan el localito, la callejuela, los cuadros de las paredes, dos floreros y seguro que algún que otro camarero añejo, pajarita y mano en la espalda. Hoy a Figlmüller se acude a comer schnitzel por castigo, por la necesidad imperante de la masa de viajeros ocasionales de pisar los mismos escenarios que nuestros personajes de celuloide. Mucho ha llovido desde aquel escalope empanado que se comió por allí Romy Schneider en su última escapada de fin de semana al complaciente pueblo que la vio nacer y disfrazarse de emperatriz, justo antes de que un ataque al corazón se la llevara por delante en París. Pues sí, nada o casi nada queda de aquello. El restaurant, el de 1905, es hoy en día poco más que un mesón tomado por asiáticos que copan el escenario con sus tempranas reservas por internet. Hasta el punto que el común de los mortales, el que no es capaz de apartar mesa a más de 72 horas vista, ha de conformarse con hincarle el diente al escalope vienés de Figlmüller en su segundo local, el abierto en 2001, en el que si te esperas comes, en el menos glamuroso, en el de la Bäckerstrasse, una suerte de sucedáneo que parece concebido por la casa para terminar de digerir el éxito de su fórmula mágica mientras la clase media de medio mundo sigue a pies juntillas la biblia escrita por un señor de nombre Lonely y de apellido Planet. Nosotros, que de los japoneses hemos aprehendido la capacidad de tomar fotos e interesarse por casi todo, no hemos absorbido todavía sus supuestamente beneficiosas prácticas a la hora de reservar mesa, como poco, con una semana de antelación. Ni de ellos ni de los germánicos. Así las cosas, en nuestra visita relámpago a la capital austriaca en pleno puente del 15 de agosto nos tuvimos que conformar con el sucedáneo de Figlmüller, el del palo, aunque bien es verdad que comparte cocina, que ya es algo, con su mítico ancestro. Tras el no a las puertas de la madre, el proceso para conseguir cenar en su criatura fue sencillo: llegas, te esperas en la calle a que unos señores que han madrugado más que tú terminen de cenar, tal cuál van saliendo de comer estas personas vas adelantando en la cola, así sucesivamente hasta que, al final, te toca a ti sentarte a la mesa. Muchos otros siguen aguardando turno fuera. Más vale que esto no suceda cerca de las diez de la noche, pues hablamos de Viena, esa ciudad en la que igual te tomas una ensalada césar en un club de música electrónica a la medianoche que te quedas sin cenar por tardón en un local como el que nos ocupa –y que cierra a las 22:30 horas–. Por lo demás, la cena fue de pros y de contras. Comer allí no es ni tan barato como en un garito marca blanca, de aquellos en los que se traga mucho y bien por cuatro perras, ni tan caro como uno piensa cuando juntamos los conceptos Viena, schnitzel, jugo de uva fermentado y marca gastronómica centenaria y mitificada. Luego está lo de masticar con el crono en la mano y un revolver en la sien, que no le sienta bien a todo el mundo. Pero que menos que un poco de alegría en el corte y bocado de la carne rebozada, con una cola de monumento a la espera de cazar tu mismo asiento. Se comprende. Que no sean todo rechistes, los empanados de Figlmüller, que menos, están preparados mejor que bien, mientras que los camareros parecen salidos de un chiringuito de Cádiz, sonrientes ellos, al menos si los comparamos con la señora malcarada que nos atiende con frecuencia en las estribaciones de los Alpes, ese territorio de nombre Baviera de cuyo nombre, aquel día, no me quería acordar. Felicidad al fin y al cabo. La felicidad otorgada por la vida en digital al turista de clase media, el que se sienta a la mesa y disfruta pasmado viendo pasar bandejas a doscientos por hora. Ojo, visto lo visto, yo el primero.
*Nota para el viajero
Tanto el mítico Figlmüller como el nuevo se encuentran en el corazón del centro histórico de Viena, separados solamente unos metros entre sí. Se hallan muy cerca de la catedral y de la parada de metro de Stephansplatz, aunque la mejor manera de encontrar su localización exacta es consultarlo su página web. Si queréis consultar reseñas más nítidas sobre el restaurante, podéis hacerlo en su perfil de Tripadvisor.