Tagged: relatos breves
La miseria y la porquería se cruzan las miradas en presencia de la indiferencia
El callejón de Linz aparecía concurrido a media tarde. Una legión de señoras en la cincuentena, cabellos rubios, medias melenas, algunos abrigos de piel, correteaba de escaparate en escaparate mientras anochecía a toda prisa. Junto a una de estas glamorosas vidrieras yacía, sentado en el suelo, el tullido. Nadie sabe donde vive en realidad aquel desaseado hombrecillo, al que para mayor desdicha le falta una pierna, lo cierto es que es un habitual de esta zona de Salzburgo frecuentada por la gente acaudalada tan común en la ciudad de la sal. Allí, en su esquina que no es ninguna y lo son todas, acostumbra a pedir limosna, algo tan triste ayer como hoy por mucho que a la mayoría nos deje impasibles. Aquella tarde, en cambio, alguien reparó en su presencia en la calzada adoquinada. Ella, regordeta, enfermiza, con una fina pelambrera tan gris como cochina, ojos pequeños, mirada perdida, caminaba renqueante por el adyacente callejón de San Sebastián. Desde el interior de una pomposa tienda de vestidos tradicionales, dos dependientas advirtieron finalmente su abultada presencia a través del ventanal y parecieron quedar hipnotizadas, a la vez que horrorizadas, ante los andares de una criatura tan fea. Durante unos segundos, como yo mismo, siguieron impasibles el trayecto de la fémina con la única ayuda de sus miradas, sin moverse un milímetro de su confortable escenario. Cruzado el callejón, la rechoncha criatura asomó al fin por la calle principal, justo por la esquina escogida ese día por el pobre tullido, como si le fuese buscando. Para entonces sucedió lo inevitable y ambos cruzaron finalmente miradas: por un lado y sorprendido, él, un hombre desgraciado, pobre a rabiar, golpeado seguramente por alguna enfermedad y marginado hasta lo más bajo de la calle por esta cruel sociedad que empuja escaleras abajo a todo aquel que desentona; por otro ella, vieja, andrajosa, asquerosa incluso para el ser humano más sufrido. En verdad, ni un hombre tan acostumbrado a las penas como él pudo soportarla, por lo que en un acto tan reflejo como escasamente planificado aquella diezmada persona decidió pasar a la acción: agarró su vieja gorra cargada de pequeñas monedas y decidió golpearla con todas sus fuerzas a la altura de la cabeza. Zas!, se oyó fuertemente unos metros más allá al impactar finalmente el sombrero contra el suelo. Aquel instante lo tengo archivado en mi memoria, una imagen congelada en la que un sonido agudo metálico dio paso a un rosario de pequeñas y variadas monedas volando por los aires, la limosna de la gorra, que tras la imagen congelada volvió a resonar al impactar contra el suelo, finalmente desparramada por la calle para más desgracia del hombre desgraciado. No pude ver el desenlace de la escena, para entonces en realidad andaba demasiado lejos sumido en mi cómodo egoísmo como tantos otros. Pero no puedo dejar de imaginarlo en mi mente: el amargor de aquella persona, totalmente justificado, seguramente debió de dar al traste con el paseo urbano de aquella gigantesca rata que no encontró en la impoluta calle de Linz mejor rincón al que arrimarse. Perdón.
7 días consecutivos (del guía)
Algunas veces tengo la suerte de poder encadenar siete y hasta ocho días consecutivos de tours y excursiones de día completo. Esto, claro está, es fantástico para la economía familiar. Por otro lado, tengo constatado que puede desgastar mi salud hasta límites insospechables. Solo si resumo mi última cadena de visitas podréis entender cómo me despierto en días como hoy:
Primer día. Incorporación progresiva
Es lunes y me levanto todavía con dolor de la última excursión del fin de semana. Fue una salida de las que te dejan mella en las piernas pero la cabeza fresca y el ánimo por las nubes. Es decir, con Mariola. Pero eso fue domingo. Hoy es lunes, toca escribir y ya por la tarde acompañar a un pequeño grupo y heterogéneo en un tour especializado sobre el Tercer Reich. Hay suerte, gente encantadora, todo pasa rápido. A casa, a cenar y a dormir, que mañana será más duro.
Segundo día. Dos porteños muy porteños o mucha caña
¿Dije duro? Me quedé corto. Somos cuatro –dos de ellos porteños o bonaerenses–, en una excursión privada en tren. Pero que excursión.
–Hola buenos días me llamo Jordi…
–¿Shordi?
– Sí, me llamo Jordi y…
–Catalán, supongo…
–No valenciano, aunque el catalán es mi leng…
–¿Valenciano? ¿pero de dónde?
–De una ciudad muy pequeña –todo dicho muy rápido o será imposible acabar la frase–… y voy a ser vuestro guía durante el día de hoy.
–Mirá vos! Fantástico. Nosotros somos de Buenos Aires y hemos venido a Múnich por trabajo. La verdad es que esta es una ciudad maravillosa; pero yo no la visité casi porque ando siempre ocupado. Cuando termino a la noche estoy muerto. Es lo que tienen estos viajes, la plata es la plata, la guita, vos me entendés. Y en el tiempo libre hay que andar a conocer. Hoy estamos aquí y mañana nos vamos a Roma… –habría que cortar en algún momento pero por suerte, o no, ahí está la mujer.
–¿Por cierto Shordi vos no sabés de una peluquería donde una pueda ir a la tarde?
–Señora, a la tarde regresamos casi a las ocho y estará prácticamente todo el comercio cerrado.
–Mira, acá mismo hay una, ¿vos no podés preguntar ahora?
–Señora, que nos vamos de tour y nuestro tren sale en unos minutos y hay que ir a la Estación de Trenes.
–Shordi tiene razón cariño, dale. Hay que andar a buscar el colectivo. Se hace tarde.
–¿Y mañana?
–Mañana es 1 de mayo señora, Día del Trabajo y festivo en toda Europa. Estará todo cerrado.
–¡Y yo con estos pelos! ¡Y enferma! Y nos vamos a Roma!
–Sí mi amor pero dale.
–Si os parece vamos yendo. Como os decía mi nombre…
Esto, esto de aquí arriba, son menos de dos minutos, es una pizca de la pizca, eso no es nada. Y si no me creéis, preguntadle a un chileno de la calle a ver qué os cuenta.
Añadidle diez horas a la conversación interrupta: la batería se agota. Uno llega a casa sin saliva, desfondado por lo hablado, por lo andado, por lo escuchado, por lo sufrido… Por suerte, Mariola es fantástica y es capaz de reconstituirme antes de que caiga molido en el sofá. Mañana será otro día.
Tercer día. Más madera
Todavía medio renqueante, no estoy dispuesto a desaprovechar medio festivo con Mariola. Hace un día estupendo, sol de mayo y una temperatura envidiable. Como para comer en biergarten. Termino el pollo asado a toda prisa para llegar a tiempo de mi tour vespertino. Es otra visita abierta con un grupo mediano, variado, que se ha apuntado a la salida de tarde para andar tras las huellas del Tercer Reich en Múnich. Gente correcta en visita corta en la que no es preciso intimar. Diría que me recupero.
Cuarto día. Llueve sobre Múnich
Estaba claro, como el agua. El agua tenía que venir más pronto que tarde y ya la tenemos aquí. Por sorpresa, rompiendo pronóstico y en cantidad abundante. Y precisamente hoy, que tenía contratado un tour privado en bicicleta. Llego al hotel pedaleando, casi empapado, y con la intención de anular la visita en bici. O de cambiarla por una a pie, bajo el paraguas. Pese a todo, hoy es un día de suerte. La fortuna este cuarto día significa que me he topado con un grupo fantástico, fácil. Los acompaño en un agradable paseo de cuatro horas por la ciudad de Múnich que pasa volando. Incluso ha dejado de llover. Más aún, mañana repetimos en un grupo mixto al castillo de Neuschwanstein con esta familia y otra que está al caer.
Quinto día. Placentera excursión al castillo
Es un buen día. Por delante una excursión con un grupo de quince personas que resulta ser de lo mejor que he recibido en bastante tiempo. Buena gente, de la que ayuda a que todo salga perfecto. Y así es, con alguna incidencia menor como que el castillo de Neuschwanstein está a rebosar; que los hago caminar y atajar por un sendero empinadísimo a pesar de que tenían el transporte hasta el castillo pagado; que el puente de María está literalmente colapsado por una marabunta de chinos; que nos sorprende y nos empapa una tormenta terrible –granizo incluido– en la cola para entrar al palacio; que no nos queda casi tiempo para comer; que tenemos que hacer transbordo en el tren de regreso… Pero no es ironía, todo son incidentes menores, porqué así los percibe mi gente, la que hoy viene conmigo. Al final llego a casa una vez más derrotado, pero hoy con una sonrisa. Mañana más.
Sexto día. Siete niñas; aflora el cansancio
Aunque el día de ayer pareció redondo, subyace cierto cansancio lógico después de varios días de recibir a grupos relativamente numerosos, variopintos, y de pasar con ellos la mayor parte del día. Hoy aguarda la tercera visita al palacio de Neuschwanstein en una semana, con sus seis o siete kilómetros de caminata asociados, y sus idénticas explicaciones. Queda lo mejor por desvelar: regresamos al tren regional, en pleno pico de temporada por el puente y con un grupo de doce personas en el que siete son niñas de entre dos y nueve años. Son una gracia, todas primas, pero una gracia insaciable que bebe constantemente energía desde el minuto cero. No es plan de dar pelos y señales pero añado dos datos: recuerdo perfectamente sus nombres y dudo que los olvide en mucho tiempo; a pesar de cargarlo la noche anterior, mi iPad llega a casa con un 2% de batería. Como yo.
Séptimo día. El remate final
Doy gracias y lloro todo al mismo tiempo porque hoy me espera un último tour privado, de día completo, con dos personas de la edad de mis padres, por encima de los setenta años. Doy gracias porque auguro una excursión placentera, sin sobresaltos, sin prisas… Lloro porque un grupo privado de dos personas a estas alturas exige una conversación de diez horas de duración, sin pausa. Al final del día se cumplen mis pronósticos, ha sido un viaje plácido de trabajo interrumpido. Por suerte, la familia era educada, distinguida, elegante, conversadora, con un nivel cultural muy por encima de la media. De no ser así, no sé si lo hubiera podido resistir. Pero encadenar siete días de trabajo no puede terminar sin sabor amargo, así es que todo parece diluirse a última hora con un follón que ahora no viene a cuento pero que a mi me deja literalmente agotado.
Así me he despertado hoy, lunes 6 de mayo y después de todo. Solo. Sin voz, sin fuerza en las piernas. No sé qué hubiese sido de mi si esta sucesión de excursiones hubiese seguido un día más. Mientras escribo descubro incluso que he contraído un interesante catarro. Y recuerdos fugaces e historias de personas a las que conocí recorren sin parar mi cabeza: pienso en si al colectivo se le agarra o se le coge o ninguna de las dos cosas; en Tavernes de la Valldigna, que es un pueblo muy pequeño; en cómo es posible tener nueve nietos y que sean todo niñas; en Cayetana, que no existe; en Almansa y en su castillo; en aquellos que, como yo, viven lejos de su casa; en viajes de amigas, divertidos; en taxistas; en los enemigos de Chavez después de muerto… Es una resaca terrible, una traca. Como si me hubiera bebido una botella de café licor de mi pueblo, con cola. Por suerte, no hay mal que dure cien años. Mañana seguramente habré olvidado, o asimilado, muchos de los recuerdos que imprimieron en mi memoria la cadena de desconocidos. Entonces estaré listo para volver a la carretera.
Desfasament interpretatiu (o que em perdonen els gais, les lesbianes i la senyora X)
Collons, de mico! Ja no me’n recordava de l’entretingudet que pot arribar a ser açò d’anar acompanyant al personal. Sí, lo de guia, que vinc ara a llevar-li la pols a la categoria del blog Breves encuentros, després de dos mesos de fer el gos i rodolar per ací i per allà. Això mateix, que hui he tingut un dia d’eixos, de-ca-te-go-ria. A vore com ho compte jo, que vinc atarantat i amb el temps just per a descarregar en el Quadern, i damunt em toca apuntar de temes sensibles dels que un no entén massa i poden acabar ferint al personal. Bé, ho farem lleuger però directe, a qui no voldria jo molestar són als gais, a les lesbianes i a la senyora X, per no posar-li pels i senyals a la clientela. A les H del matí em tenia que trobar jo amb el senyor i la senyora X a l’hotel W de la ciutat Z, que amb tota seguretat serà Munic no ?(quantes xorrades). Allà, a les H i quart he arribat per fi a l’hotel, suat, clavant la pota ja abans de començar. “Bon dia”, li dic. “Bon dia, Jordi?”, em respon la senyora X. “La meua parella està enfeinada, però igualment farem el tour els tres”, em diu. I jo pense, “clar el seu marit -amb qui jo havia contactat i que tenia un nom estrany- em va dir ahir que farien el tour ell, la seua senyora i el seu nano. O siga, tres. Ara vindrà”. I allà que sec jo al hall, amb la senyora X i el nano, i anem esperant i xerrant. Jo seguisc pensant, “som dos, falta un, el senyor X”. Encara no havia acabat jo de cavil·lar i entra en escena, directament de l’ascensor, el senyor X. “Ai, no! Si és la senyora XX”, em sorprenc a mi mateix. Què voleu que vos diga, dins d’eixa personeta que vol fer-se la moderna hi ha tot un clàssic (és el que té l’educació de la mà de les monges) que s’esforça per entendre un món contemporani, normal, però diferent al que li van vendre en l’escola. Per a començar, em pose colorat i no deixe de pegar-li voltes al nano. “Em presente, no em presente…; la salude, no la salude…; serà, no serà…”, ostràs tu!, quins 30 segons més llargs. Jo diria que la senyora X m’ha vist bloquejat, o potser acalorat, el cas és que al principi tots tres hem fet com si res, ens hem saludat i hem començat a preparar la marxa, que ja tocava. Però jo no parava de portes endins… “seré idiota, tota la vida sense prestar-li cap atenció al capítol de la Lonley de què visitar per a gais i lesbianes”. De veres que m’he sentit incapacitat i amb una mancança enorme de respecte per a les parelles del mateix sexe, per a les que jo, tan tolerant que em pense, resulta que no estic preparat per a conduir un tour com toca. Això, mateix: “idiota!”, em repetia. Vos done la meua paraula de que totes estes coses han rondat de veritat pel meu cap, i també altres com “i quina parella més bonica, amb una diferència d’edat de 20 anys; i quines dones més ben plantades; seran matrimoni o parella de fet?”. Supose que a l’exterior ha degut ocórrer alguna cosa en la meua absència, perquè que la senyora X, als cinc minuts de ruta, ha fet una introducció gratuïta en la conversa introductòria: “Bé, et presente a la meua sogra; el meu marit i el d’ella estan tots dos treballant, doncs hem vingut en un viatge a cavall entre la feina i el plaer”. I que creieu que he fet jo, a banda de passar del roig de cara al blanc de rostre? Pegar-me una puntada als ous dissimulada, si és que era possible. Ja ho veieu, no tinc perdó de Déu, ni dels gais, de les lesbianes, ni de la família X. Però l’encontre de hui m’ha fet reflexionar una cosa: em toca preparar ja mateix una selecció de les millors coses d’esta fantàstica ciutat i de Baviera en general per als interessos de parelles del mateix sexe. El dia que en reba una de veritat ho faré amb els braços ben oberts, faltaria. Però, bé, la història no acaba ací, estic d’un atabalat i d’un miop hui… Escolteu i voreu: tornant al tren en acabar el treball, entra al compartiment una revisora tota recta, rígida i torpona, amb ulleres de sol negres com el carbó i fa sonar una campana. “Els tiquets!”, ens escridassa a tots en veu alta sense fixar la mirada en ningú, com perduda. Vosaltres què penseu? Jo ho he vist clar, “òstia que m’ha tocat la revisora cega!”. Sí, cega de les que no s’hi veuen, que vos ho tinc que dir tot. I comence a pensar una altra vegada, “com nassos vorà si els bitllets del tren són bons o no”. I trec el meu i comence a buscar-li marques per a revisors cecs. Res, que no les trobe. I la vaig mirant de reüll, “què sí, que és cega”. En això arriba la senyora al meu seient, em veu al·lucinat i em mira amb cara de però que fas rodant el paperet tros de pardal. Alce el cap i me la trobe en primeríssim plànol, una alemanota en la quarantena, grandota però moderna. De les que gasten ulleres de sol de pasta dins del tren i porten campaneta per a fer una mica de soroll, què passa? Això sí, de la vista, sense problemes. “Fotre com estem hui, encertadets”, em dic. I li ensenye el bitllet, em baixe del tren, me’n vinc a casa i vos escric quatre ratlles dels meus re-encontres breus sense parar de riure davant del teclat.