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Quiero que quiten el tren (de Alcoi)

fulgencio_sanchez

Perdonad el cabreo, pero lo del ciclista de ultrafondo y el tren tortuga me ha tocado el alma.

Para los despistados: en adelante me remito a un pueblo de nombre Alcoi (60.000 habitantes perdidos en el interior de la provincia de Alicante y de los que no hay noticia más allá del 23 de abril), el cual, según cuentan los libros, en 1892 vio cómo se inauguraba su primera línea de ferrocarril. Aquello lo gestionó la Alcoy and Gandia Railway and Harbour Company Limited y funcionó durante 80 años.

Mi abuelo, un hombre de pueblo, no tuvo la suerte de montarse nunca en el chicharra, que era como conocían todos al tren, es fácil imaginar, por lo delicado de su sonido. Pero he escuchado decenas de veces contar sus historias a los abuelos de mis amigos, hablar de sus viajes a la playa en el tren del carbón, en esa máquina vetusta que andaba tan despacio que te permitía bajarte a echar una meada y volverte a subir al rato sin problemas. Una carrera y arreglados.

En paralelo habían estrenado en la zona otros dos trazados ferroviarios, en este caso entre el norte de la provincia de Alicante y Yecla, en Murcia, y para conectar la misma zona septentrional de Alicante con Valencia capital, a través de Ontinyent y Xàtiva. Los enlaces con Alcoi fueron posibles en 1909 y 1904, respectivamente.

Más de cien años han pasado de aquello, nada más y nada menos, de cuando en mi pueblo y en los de al lado se podía presumir de contar con tres líneas de ferrocarril. En burro, sí; y en tren, también.

Me gustaría poder decir que estamos como hace cien años. Seria triste, pero ojala. No, estamos mucho peor. Hace más de 40 años que ya no queda rastro de dos de las tres chicharras y la tercera, tal cual la tenemos, es como si no existiera.

Los cuatro gatos que siguen defendiéndola a capa y espada han vuelto a poner en evidencia el servicio actual y de qué forma, esta misma semana. Ha sido tan sencillo como coger a un ciclista local y pedirle que pedaleara los 42 kilómetros que separan Alcoi y Xàtiva a la vez que el tren trotaba torpón por los barrancos del Comtat y las llanuras de la Vall d’Albaida. Resultado: el ciclista, medio resfriado y con dos puertos de montaña por medio, alcanzó la meta un cuarto de hora antes que el ferrocarril. Habían salido juntos. La máquina, la del motor, tardó casi una hora y media en completar el trazado a una velocidad media de 32 kilómetros por hora. Y así todos los días. Para mear y no echar gota. O para bajarse del tren a mear y volver a subir, como nuestros viejos hace 90 años.

De lo que nadie ha hablado, y lo que más joroba de la cuestión, es que mientras el tren tortuga abandonaba la estación de Alcoi el pasado sábado, un AVE hacia lo propio en la Joaquín Sorolla de Valencia, en dirección a Madrid. Ambos invirtieron el mismo tiempo en completar su trayectoria. Bueno no fue exactamente igual: el tren a Madrid tardó 10 minutos más, solo que no recorrió 40 kilómetros sino 350.

Al mismo tiempo y pese a que estamos en las últimas, el Gobierno de España sigue construyendo nuevas líneas de Alta Velocidad que acabarán conectando todas las regiones, cómo no, con Madrid. Suena bonito, especialmente si obviamos que dejando de construir un par de kilómetros de trazados de alta velocidad habría suficiente para invertir los 65 millones de euros que urgimos en las Comarcas Centrales Valencianas para disponer de un servicio ferroviario de proximidad decente.

A todo esto, en Alcoi ya solo quedan cuatro desesperados cansados de hacer ruido con este asunto, tropocientos que no se enteran de la misa la mitad, otros tantos a los que se la sopla, y un puñado de políticos irresponsables intentado sacar rédito del tema, a menudo titular de cabecera, el cual acarrea décadas de parálisis y olvido institucional precisamente porque a los políticos solo les interesa cuando regresa como bucle a la prensa local o bien cuando toca presentar los Presupuestos Generales del Estado (en este sentido, primero se olvidan del tren y luego incluyen una partida testimonial para la modernización, que no se invierte finalmente).

Me cabrea tanto que correría si pudiera a susurrárselo a Pablo Iglesias. O peor, me vienen ganas de gritar: “Que quiten el jodido tren de una puñetera vez!” (grito de guerra robado a un familiar). Y que deje de sufrir la criatura.