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Ya es primavera en…

Estaremos de acuerdo en que en España son los grandes almacenes los que, a menudo, dictan la llegada de una nueva estación del año. El termómetro, en buena parte de la península y cada vez más, pinta más bien poco. Así pues, es gracioso y cuanto menos extraño, pero real, ver a la chavalería paseando embufandada por Valencia capital en pleno diciembre, malditos días de diciembre de diecipico grados a la sombra. ¿Para qué querrán estas gentes usar guantes y bufanda? Esa pregunta, que me hago cada vez que desembarco por casa como el turrón, quizás deberíamos de hacérsela a los del triángulo verde. Aquí, por suerte o por desgracia, Guillermina, nada de nada. No hay almacén que pueda con las nevadas en pleno mes de abril, porque al invierno le cuesta nada y menos entrar pero no veas como se pone de pesado para salir. Hoy, por fin, parece que escampa y volvemos a los amagos de la primavera. Y tan en serio, a casi 20° dice el teléfono que nos vamos a poner estos días. Ya estoy salivando. Yo y media ciudad. Esta mañana, al salir de casa en la bici y todavía prácticamente a punto de nieve (las mañanas son frías sí o sí, ya sabes), me he cruzado con una ristra de alemanes y alemanas en modo primavera. De golpe y porrazo, han sacado del armario toda la artillería: las gafas de sol, fundamentales; las camisetas de colores fluorescentes, que cosa tan bonita y veraniega de ver; los botines de lona, unas converse más bien roñosillas a ser posible, y los pantalones pitilleros, dejando tobillo a la vista por supuesto. Así son ellos. Y yo también, sí, que no hay para menos. Después de una semana de tormentas, frío, nieves, turistas… regreso a la normalidad. Y me relajo. De hecho, igual demasiado. Hoy me atrevido a venir a la oficina (toca ECOS) con mi camisa de flores. Madre, es la alegría, pero no sufras porque no te hablo de la hawaiana. Esa, mi preferida, para más adelante. La de hoy es algo más sencilla, una que tengo azul, fea, pero muy fresquita. Y cómoda. La he bautizado como la varufakis. Muy chula. Pero sí, me estoy dejando llevar… igual demasiado. He vuelto a las andadas y menudas patillas, ahí sí que se me ha ido la mano. O la falta de ella. Una visita al peluquero no estaría de más. Creo que por aquí me llaman el despeinao. Prometo ponerle remedio pronto. Y una afeitadita. Palabra. Por lo demás, bien, ya te digo. Mariola mismo se ha contagiado de la fiebre de la primavera. Lleva dos días sin pisar el metro, yendo al trabajo a pedales, como otros tropocientos vecinos del barrio que me han colapsado el carril bici. No los culpo, ya se sabe: “Ya es primavera”… en Múnich, y hay que aprovecharlo. Mientras dure, claro.