Diario de Oktoberfest (I): “O’zapft is!”
“El barril está abierto!”, grita el Alcalde, otra vez. Me recuerda a mi Rita, en plan “Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà”. Solo luego de la frasecilla hecha del burgomaestre, a mediodía, la cerveza empieza a correr a chorros en el Oktoberfest. Seis millones de bebedores y bebedoras, que se chupan, usando jerga local, sus más de siete millones de litros de cerveza. Que se lo digan a las camareras, que los cargan, los descargan, los cobran y se ganan las propinas. A nueve y medio el litro que circulan, este año el redondeo les acorta precisamente eso, la propina – quien paga más de diez euros por un trago, por largo que sea!-. De éstas y de los setenta céntimos que se ganan por maß vendido viven algunas servidoras todo el año, por lo que no debe de ser grave.
Aunque esto no ha hecho más que empezar, se presiente lo agotador que puede llegar a ser. Lo confirman las mantas térmicas tapando a unos pocos desalmados y las camillas de urgencias correteando por el Wiesn a última hora del primer día. Yo cuento cinco atendidos, coqueteando con el coma etílico, en media hora. Siempre hay quien afronta esta historia sobrado de sed y falto de frente.
De vuelta a la fiesta. Es domingo, segundo día, y la mañana se presenta soleada aunque más bien tibia. Mariola, de Dirndl vino y rosa, preciosa. Y fresca, en el sentido matinal de la palabra, que no se malinterprete un escote de nada. Día de desfile en Theresienwiese y hora de entrar a fondo. En las carpas y en la malta. Aún no son las nueve y nos aguarda la cola en la puerta de la Winzerer Fähndl. Por ejemplo. La elección corre a cuenta de nuestros anfitriones, algunos más que eso. Los amigos de Perlach.
Una jornada festiva y muchos litros por delante. Se van bebiendo con alegría, con y sin música. A cada rato más apretados. Aprietan los bebedores y las vendedoras. Éstas últimas son como los alicatadores, los que hubo un día en mi pueblo, que trabajan a destajo. Por eso no se encantan. O le dan vidilla o no cobran.
Otras dolencias tienen, o mejor dicho tendrán, los que se plantan encima de la mesa reclamando la atención de los otros 10.000 del bar. Quieren unos segundos de gloria; a cambio ofrecen un trago hasta el final. Un hidalgo de los de toda la vida, pero de 1.000 mililitros. Suena a velocidad, a competición. Peligro, por tanto.
Peligro tiene el payaso que se ha echado a la garganta seis jarras en unas pocas horas, un par de ellas precisamente de hidalgo. Palmas ahora, esperemos que no haga falta reanimarlo en un rato. Pero Wiesn es mucho más y no es justo que yo, que me lo bebo, lo abra en canal. Hay quien bebe con gracia.
Nosotros, los nuestros, somos lentos pero seguros. Sin sobresaltos. Nos hemos plantado en mediodía y no nos hemos enterado. Pero lo dice el reloj. Es hora de codillo, de pollo asado, un plato de pasta bávara o de lo que sea, que no va a ser bueno, bonito, barato. Llenar para seguir absorbiendo. O no. Para el debut, más que suficiente. O sea, que toca retirada antes de empezar el tercer litro.
Salimos a la calle. El sol deslumbra, el pantaloncillo de Baviera pesa más de la cuenta y los calcetines, de lana, pican por primera vez. Molestan incluso los tirantes. Hora de desbeber, que diría la cursi de mi antigua profesora. Ya tardaba en incluir el comentario en la crónica. ¿Acaso alguien dudaba de lo que se mea en la fiesta de la cerveza?
Cae la tarde. No lo parece, pero hace frío, por eso hace tiempo que descartaron octubre. Der Herbst en Múnich no es la tardor en la plaza de toros de Valencia. Tenemos suerte de que nos abrigue la masa del domingo. No somos de feria, ni de corazones en la solapa. Tampoco de rosas o de alhajas, menos si van a precio de oro. Ale pues, dirección al metro, volvemos a casa.
Tras la ducha, sensaciones extrañas en torno al Oktoberfest, en mi primer día. Este lunes sería incapaz de repetir, a riesgo de morir de empacho. En lo etílico y en lo metafísico. En cambio, me apresuro a revisar frente al ordenador las instantáneas tomadas hace un rato en las entrañas de la catedral de lo kitsch, a la vez que me sorprendo tarareando algunos de sus hits, léase Fiesta mexicana o Viva Colonia. Imposible de descifrar lo que me sucede doctor, si bien imagino que lo que me atrae como un imán es lo mismo que me repele. En plan Benidorm. Un oxímoron, que diría el sabio. Cosas raras, que diría una madre. Imposible, que diría el listo. Pero cierto, añado. ¿A santo de qué sino me ha comprado un Lederhose?
Un punto de vista interesante y “real”, con esa relación amor-odio que imagino estará muy en sintonía con el sentimiento de mucha de la gente (especialmente los oriundos) que lo vive “desde dentro”. Espero las siguientes entradas!
Jaja, he venido a esta entrada desde el enlace en la entrada de ayer y he pensado que iban en secuencia, cuando resulta que ésta es del año pasado… Bueno, aun así lo dicho aplica 🙂 , aunque la última frase dicha un año después suene un poco rara 😀 .
Nada, agradecido por tus palabras. La verdad es que la crónica del año pasado sigue vigente. Oktober, como todas las grandes fiestas, evoluciona más bien poco. Y sobre otros posts de Oktoberfest (seguramente marcados por esa relación amor-odio que comentas), el cuerpo me lo dirá, pero me da que alguno caerá. Un placer tener lectores como tú. Saludos