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Diario de Oktoberfest (V): desfile de trajes
Mientras un señor con bigote cosía a martillazos el primer barril de cerveza, decenas de miles de personas esperaban impacientes a ponerse morados de cerveza y nosotros, sábado a mediodía, andábamos despistados por el centro histórico de la pequeña Ingolstadt. Ya de noche, eso sí, todavía tuvimos tiempo y fuerzas para darnos un primer paseo por el Wiesn. Lo del O’zapft is! ya está contado y de la incursión nocturna mejor ni hablar: pasear entre empujones, vómitos o equipos de reanimación cardiovascular no me parece nada glamoroso. El caso es que vengo bizarro y como tal el cuerpo me pide una crónica a la altura. Y sin tocarla. La gaita, digo –estoy con antibióticos–. A la faena: primer domingo de Oktoberfest que casi diría cobra más sentido que el primer sábado, el de la sed. Literalmente, domingo de desfile de trajes típicos. O de Trachten- und Schützenzug, que ya se sabe. Por suerte, este año, un sol de mil demonios después de una semana de perros y 9.000 personas desfilando a toda paleta por las calles del centro histórico de Múnich. Una señora en los cincuenta, cardado de rigor, con la que comparto escalón desde el que tomar fotografías –así soy yo, siempre a lo grande– rompe el hielo: “Dicen que es el desfile de este tipo más multitudinario de Europa”. No voy a ser yo el que le quite la ilusión a la münchnerin, pero su másdelomás a mi a ratos me parece un pelín aburrido y de tanto en tanto más bien ridículo. Igual pasa una banda de música con su montón de trofeos de caza que viene una carroza de la Audi, intentando vender su último modelo de vehículo eléctrico con unas tías jamonas vestidas de bávaras. Dentro del coche, claro. Alle zusammen.
Mientras pasan tomo fotos y más fotos, sin mucho éxito, y en estas oigo aplausos de fondo y algún que otro silbido. Me fijo y veo venir al señor Alcalde con su señora, montados en carroza. El chavalín de mi vera le grita: “Das letztes mal, Ude”. Y se ríe. Nos ha salido de la CSU, el jodío. En fin, Ude se ríe también como buen vendedor que es y hace como que no se acuerda de la ostia que le dieron el otro día.
Sigo a lo mío y me acabo retirando al Wiesn, próxima parada. A todo esto me cruzo por el camino con un puñado de asiáticos, a lo mejor chinos o a lo mejor japoneses, disfrazados de bávaros. Me da la risa a mi también. Aunque bien visto, hasta yo voy disfrazado de bávaro. Y un turco disfrazado de bávaro también podría ser motivo para partirse la caja. Que sí, que en lo que llevamos de semana me han preguntado cuatro o cinco veces que si vengo aus der Türkei. Hace un par de días hasta me hablaron en turco, me figuro. Hoy vengo afeitado y disfrazado, así es que no hay lugar a dudas.
Vamos tirando pa la carpa que es mediodía y se me espera. El desfile de los trachten, por cierto, se acaba y las carpas del Oktober se están empezando a llenar hasta la bandera. Me da la sensación en todo caso que este año ha venido menos gente, pues en ningún momento del día han llegado a cerrar puertas por superar el aforo. Nosotros, por si las moscas, habíamos venido a la casa de Paulaner con la mesa reservada. Nos vamos germanizando, ya lo he dicho aquí un par de veces. Con el día pasado, tropocientos anprosits de cerveza sin alcohol –estoy pero que muy en horas bajas– es hora de recoger trastos que mañana se trabaja. De camino, pasamos por el pasillo central de nuestra Winzerer Fähndl. Qué jaleo! Calvetes que parecen italianos empujan por todas las partes; algunos tocan el culete de las chavalas que les pasan por delante sin que estas se inmuten lo más mínimo; los camareros se ganan la vida como pueden; un señor que se cree Chris Martin toca la guitarra ahí arriba para suerte de 8.000 personas que le bailan las gracias pedo total; una chiquita vende sombreros de fieltro; alguno se está vomitando encima; la seguridad, que me cae muy gorda, no da para más… y nosotros, satisfechos después de quemarnos los cuartos en un abrir y cerrar de ojos, nos vamos a casa. No está mal para empezar.
Diario de Oktoberfest (I): “O’zapft is!”
“El barril está abierto!”, grita el Alcalde, otra vez. Me recuerda a mi Rita, en plan “Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà”. Solo luego de la frasecilla hecha del burgomaestre, a mediodía, la cerveza empieza a correr a chorros en el Oktoberfest. Seis millones de bebedores y bebedoras, que se chupan, usando jerga local, sus más de siete millones de litros de cerveza. Que se lo digan a las camareras, que los cargan, los descargan, los cobran y se ganan las propinas. A nueve y medio el litro que circulan, este año el redondeo les acorta precisamente eso, la propina – quien paga más de diez euros por un trago, por largo que sea!-. De éstas y de los setenta céntimos que se ganan por maß vendido viven algunas servidoras todo el año, por lo que no debe de ser grave.
Aunque esto no ha hecho más que empezar, se presiente lo agotador que puede llegar a ser. Lo confirman las mantas térmicas tapando a unos pocos desalmados y las camillas de urgencias correteando por el Wiesn a última hora del primer día. Yo cuento cinco atendidos, coqueteando con el coma etílico, en media hora. Siempre hay quien afronta esta historia sobrado de sed y falto de frente.
De vuelta a la fiesta. Es domingo, segundo día, y la mañana se presenta soleada aunque más bien tibia. Mariola, de Dirndl vino y rosa, preciosa. Y fresca, en el sentido matinal de la palabra, que no se malinterprete un escote de nada. Día de desfile en Theresienwiese y hora de entrar a fondo. En las carpas y en la malta. Aún no son las nueve y nos aguarda la cola en la puerta de la Winzerer Fähndl. Por ejemplo. La elección corre a cuenta de nuestros anfitriones, algunos más que eso. Los amigos de Perlach.
Una jornada festiva y muchos litros por delante. Se van bebiendo con alegría, con y sin música. A cada rato más apretados. Aprietan los bebedores y las vendedoras. Éstas últimas son como los alicatadores, los que hubo un día en mi pueblo, que trabajan a destajo. Por eso no se encantan. O le dan vidilla o no cobran.
Otras dolencias tienen, o mejor dicho tendrán, los que se plantan encima de la mesa reclamando la atención de los otros 10.000 del bar. Quieren unos segundos de gloria; a cambio ofrecen un trago hasta el final. Un hidalgo de los de toda la vida, pero de 1.000 mililitros. Suena a velocidad, a competición. Peligro, por tanto.
Peligro tiene el payaso que se ha echado a la garganta seis jarras en unas pocas horas, un par de ellas precisamente de hidalgo. Palmas ahora, esperemos que no haga falta reanimarlo en un rato. Pero Wiesn es mucho más y no es justo que yo, que me lo bebo, lo abra en canal. Hay quien bebe con gracia.
Nosotros, los nuestros, somos lentos pero seguros. Sin sobresaltos. Nos hemos plantado en mediodía y no nos hemos enterado. Pero lo dice el reloj. Es hora de codillo, de pollo asado, un plato de pasta bávara o de lo que sea, que no va a ser bueno, bonito, barato. Llenar para seguir absorbiendo. O no. Para el debut, más que suficiente. O sea, que toca retirada antes de empezar el tercer litro.
Salimos a la calle. El sol deslumbra, el pantaloncillo de Baviera pesa más de la cuenta y los calcetines, de lana, pican por primera vez. Molestan incluso los tirantes. Hora de desbeber, que diría la cursi de mi antigua profesora. Ya tardaba en incluir el comentario en la crónica. ¿Acaso alguien dudaba de lo que se mea en la fiesta de la cerveza?
Cae la tarde. No lo parece, pero hace frío, por eso hace tiempo que descartaron octubre. Der Herbst en Múnich no es la tardor en la plaza de toros de Valencia. Tenemos suerte de que nos abrigue la masa del domingo. No somos de feria, ni de corazones en la solapa. Tampoco de rosas o de alhajas, menos si van a precio de oro. Ale pues, dirección al metro, volvemos a casa.
Tras la ducha, sensaciones extrañas en torno al Oktoberfest, en mi primer día. Este lunes sería incapaz de repetir, a riesgo de morir de empacho. En lo etílico y en lo metafísico. En cambio, me apresuro a revisar frente al ordenador las instantáneas tomadas hace un rato en las entrañas de la catedral de lo kitsch, a la vez que me sorprendo tarareando algunos de sus hits, léase Fiesta mexicana o Viva Colonia. Imposible de descifrar lo que me sucede doctor, si bien imagino que lo que me atrae como un imán es lo mismo que me repele. En plan Benidorm. Un oxímoron, que diría el sabio. Cosas raras, que diría una madre. Imposible, que diría el listo. Pero cierto, añado. ¿A santo de qué sino me ha comprado un Lederhose?