Luang Prabang. Imantados
Cuentan que la fuerza que ha tomado el turismo en Luang Prabang es tal que no pasa un mes sin que abran sus puertas un par de hoteles y casas de huéspedes. No lo pongo en duda, si tenemos en cuenta que unos tres millones de turistas extranjeros visitaron Laos en 2012 y la antigua capital real es uno de sus principales atractivos -si no el que más-. No obstante, y mientras no cambien las cosas, Luang Prabang se presenta ante el viajero como una ciudad a la vez vibrante y relajada, genuina, en la que todo arranca antes de que llegue el sol con el desfile de los monjes -ceremonia de las limosnas-, para acabar precipitadamente al rozar la medianoche. Tras el cierre del mercado nocturno, hacia las 11, la ciudad enmudece por completo y el viajero, al menos los más tranquilos como nosotros, encuentra con facilidad el descanso deseado. Esa fue nuestra breve experiencia en lo que sin duda a estas alturas de viaje se ha convertido en la sorpresa más grata. Porque cuando uno lee sobre un destino al que se acerca, imagina, y a su llegada sus sensaciones pueden corresponderse, o no, con sus sueños. En nuestro caso, Luang Prabang nos enganchó hasta el punto que nos hubiésemos quedado allí disfrutando una semana, relajados a orillas del Mekong. Sus callejuelas salpicadas de jardines tropicales, su arquitectura colonial, los restaurantes y bistros franceses, los jóvenes monjes callejeando a todas horas escondidos bajos sus paraguas, sus templos, las sonrisas, el mercado nocturno o el río, todos ellos nos resultaron escenarios encantadores que parecían emerger de otro tiempo. No olvidaremos el trato recibido, ni mucho menos la fantástica comida del restaurante L’Elephant, el primer capricho verdadero de este tour. Hubiésemos querido tomar una bicicleta para pasear por la ciudad o tener el tiempo para adentrarnos en la jungla en busca del Laos más profundo, o de lo que queda de él. El camino nos trajo, en cambio, a la capital del país, la también colonial y bastante más ajetreada Vientián. Desde aquí, esperando embarcar en nuestro avión a Hanói, escribo este post. Con suerte, en el siguiente destino tendremos la oportunidad de poner el freno de mano y disfrutar de cuatro días sosegados.
Nota para el viajero
*Es importante tener en cuenta que el buen clima de la temporada seca -de noviembre a marzo- es un factor determinante a la hora de disfrutar plenamente de Luang Prabang, con sus innumerables terrazas. A nosotros nos acompañó el sol y, quizás, un pelín demasiado de calor. Hay cientos de opciones de alojamiento, de todos los precios, con un estándar de calidad bastante superior al que encuentra en Laos y el norte de Tailandia. Cada día inundan la ciudad cientos de viajeros, sin que por ello se haya desdibujado a día de hoy la esencia de esta pequeña ciudad de 70.000 habitantes. Es fácil suponer que la declaración de Patrimonio de la Humanidad ha contribuido a una conservación y protección importantes. Quizás también es cosa de las dificultades de acceso, pues existen tres únicas vías y no son especialmente sencillas. La primera son los botes que bajan el Mekong desde el norte de Tailandia, para lo que se necesitan entre siete y 30 horas -la alternativque nosotros usamos-; la segunda es por carretera desde Vientián, la cual requiere no menos paciencia, ya que son unas doce horas de viaje por la selva por la única carretera disponible, siempre tortuosa y a ratos directamente peligrosa; la tercera y más confortable es también la más cara, puesto que se trata de la alternativa aérea, mediante el aeropuerto internacional de Luang Prabang. Ofrece vuelos a Hanói, Vientián o Bangkok.