Paseando solamente
Contaba ayer el periódico que, no hace mucho, Juan Manuel Serrat interrumpió uno de sus conciertos para interpelar a uno de sus oyentes, en primera fila. ¿Cómo va la grabación?, le preguntó. El hombre llevaba casi una hora brazos en alto grabando con su teléfono móvil todas y cada una de las canciones del maestro. Se perdió la Fiesta, pobre. Es verdad, últimamente se habla de estas cosas a menudo, pero no es para menos. A la mente me viene la foto publicada en prensa de la vieja mirando no sé qué desfile, la única libre de aparatos tecnológicos en la imagen, la única con una sonrisa. Hemos dejado de saborear, ya solo parece importarnos contarlo, fotografiarlo, compartirlo…. Todo, todo, todo. Yo, inspirado por Serrat, he estado saliendo a pasear, en mis ratos libres, con las manos en los bolsillos. A pasear por Barcelona, por cierto, de paso como estoy estos días. El trabajo me ha traído al Eixample derecho, casualmente a un pequeño hotel enfrente mismo de la sede de Convergència Democràtica de Catalunya. Menudo susto al salir ayer del hotel y encontrarme con media docena de unidades móviles y un puñado de periodistas y reporteros de televisión. Ya se han enterado de que he venido, me gustó pensar en el primer instante; rápidamente vi que era yo quien había acudido enfrente mismo de la casa de Convergència, en el día del registro policial a su sede y la detención de su tesorero. Pero a Barcelona yo no vengo para miserias. Me hubiera gustado tener a mano mi walkman, el de los tiempos de la carrera; entonces adoraba bajar los sábados a la ciudad, desde mi refugio en Bellaterra, solo, y pasearme de arriba abajo la Diagonal entera o, mejor todavía, el passeig de Gràcia. He dicho solo, mentira, quería decir con Radiohead. Todavía se me pone la piel de gallina cada vez que escucho aquel disco. Ayer solo faltó la música. La cuadrícula del ensanche sigue siendo tan imponente como antes, por mucho que ahora resulte imposible pasear por según qué calles, esquivando turistas. Los edificios siguen siendo los que son y el caliu, casi intacto. Quienes tampoco se han movido de la calle son los manteros, al menos mientras llega y no la policía. Son unos artistas, siempre alerta, con sus bolsos de imitación impolutamente presentados sobre sábanas blancas, que se pliegan en cuestión de segundos a la mínima que suena el rugir de la motovespa de la Guardia Urbana. Los admiro. A la Rambla, ya no acudo. Me irrita. Ayer me perdí un rato por el Raval, eso sí me gusta. Está más fino, hay que decirlo, pero los yonquis siguen colocados como siempre en plena Rambla del barrio, a plena luz del día; es lo único que les queda. Paseando por el Chino, cual Vázquez Montalbán, siempre se aprende. Ayer, escrito en tiza sobre un muro de ladrillo cocido, pude leer: “Ser pobre en Barcelona cuesta dinero”. Cuánta razón y cuánta sabiduría en tan pocas palabras. No es Twitter, es la vida misma.