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Un sábado cualquiera en Múnich

Sales a la calle un sábado, normal y corriente. Si puede ser, aprovechas el sol y te das un paseo en bicicleta. Lo más fácil es encontrarte al doblar la esquina con una placeta repleta de mesas y bancos de madera, y a cientos de personas brindando por la buena vida, en formato Gemütlichkeit. Si te descuidas, hasta el McDonald’s participa del evento. Te metes en el centro de a ciudad y te atropella un avalancha de gente, la mayoría turistas y entre ellos una marabunta de despedidas de solteros y solteras. No faltan ni los Dirndl ni los Lederhosen. A éstos últimos los he llegado a ver hasta en un concierto de música rock, tirando al ska. Así son los radicales en Baviera. Pero no acaba la cosa ahí, un sábado en Múnich da para más. También para la visita al mercado, o al mercadillo. Los Flohmärkte son deporte nacional y el lugar donde se compran las gangas auténticas. Algunas asquerosillas, lo reconozco; otras cojonudas, no miento. Hace unos sábados Mariola se mercó un par de jarras de cerveza de porcelana, cosa fina. Baratas, por supuesto, tras el regate. Y antiguas. Algún día caerá un bicicleta, a poder ser una Hercules. Si el sol calienta, un día de fin de semana da además para chapuzón en el río, fantástico. El agua, congelada. Y limpia. El chapuzón puede ser en el Isar; en el Eisbach, en pleno Jardín Inglés; o, con mucha suerte, en un lago alpino. Al final del día, las piernas no acompañan y el pedaleo, de vuelta a casa, se ralentiza. Solo si quedan fuerzas, toca cena. En bareto, restaurante o cervecería. Será por cervecerías.

Puro vicio (germano)

No sé si será verdad que Mutti Merkel ha venido de visita, pero mi vecina no ha querido perdérselo. Ella y otros tropocientos. Mariola y yo tampoco. Y es que cada día estamos más alemanes.

Aunque no os lo he explicado, la historia de hoy va de gigantescos mercadillos de las pulgas. Maldito traductor automático!, me refiero al enorme mercado de segunda mano. El más grande de Baviera, cuentan, que este sábado se ha celebrado en el descampado de Theresienwiese, el mismo que visten y calzan más de seis millones de personas durante Oktoberfest.

No os engaño si os digo que lo de los Flohmarkts en Múnich es algo así como los mercadillos del Rastro de Madrid o Els Encants de Barcelona. Tampoco miento si os digo que no tiene nada que ver. ¿Contradicción? Sin duda.

Porqué al final los mercadillos de las pulgas, son eso, mercadillos pulgosillos, en Castilla, en Aragón y adonde fabrican los BMWs. Ya se sabe, con suerte uno puede mercarse a precio de saldo un vinilo de Jimi Hendrix o un libro viejo, mientras que con menor fortuna uno acaba llevando consigo a casa un mueble roto, unos esquís del año del catapún o un sombrero militar polvoriento, de los tiempos en los que imponía un tal Iósif Vissariónovich Stalin.

Dicho eso, si en Iberia en estos lugares uno nunca ha de despreocuparse de su mochila ni de su cartera, en Múnich igual nos toca hacer cola para comprar un radiocasete, justo detrás de nuestro médico de familia. O quizá el vendedor, al que le tratamos de regatear unos eurillos, resulta ser abogado de profesión y vive en el mejor barrio de la ciudad.

Esta última parte es la que todavía me intriga, aunque parece que me gusta. Si algún día me aclaro, igual hasta me animo y me sumo al negocio, por puro vicio. O le pongo un mail a mi madre y se lo explico. Seguro que su bolsillo no notaría tanto alivio como su trastero. O igual sí.