Viaje al sudeste asiático (anexo II): una ruta posible
Hace justo dos meses escribía en el Quadern ilusionado sobre la ruta que habíamos imaginado para nuestro viaje por el sudeste asiático. A nuestro regreso, compruebo que nos hemos ceñido en gran medida a lo que habíamos previsto, aunque por suerte tuvimos la capacidad de reacción suficiente para improvisar sobre la marcha en algunos momentos. De una posible ruta a una ruta posible, así como algunos comentarios:
A toro pasado, me doy con un canto en los dientes por haber preparado mínimamente nuestro itinerario. Sinceramente, empezar de norte a sur fue una buena idea y los dos días que le dedicamos a Chiang Mai me parecen hoy tiempo más que suficiente para ver la segunda ciudad de Tailandia. Si tuviera que cambiar algo de los primeros días, tengo la sensación que haber parado, aunque fuera un día, en el parque histórico de Sukhothai no hubiera sido una mala idea.
En cuanto a la segunda parada, en Chiang Rai, y el descenso en una barcaza por el río Mekong hasta Luang Prabang, seguramente lo almacene en la memoria como una de las mejores experiencias. Los dos días por el río para recorrer unos cientos de kilómetros fueron tan interminables como inolvidables. Volvería a hacerlo, sin duda.
Dos días y una sola noche le dedicamos a Luang Prabang, antigua capital de Laos y para mi una de las sorpresas del viaje. Un día más le debemos a esta pequeña ciudad, que abandonamos por la noche para visitar Vientián por unas horas. Con el tiempo justo como íbamos, no hubiésemos hecho mal en saltarnos esta parada y volar a Hanói directamente desde Luang Prabang.
A Hanói, capital de Vietnam, le dimos tres noches que, en un viaje como el nuestro, es una más de lo necesario. Nos quedamos con las ganas de ir al valle de Sapa, aunque la inmensa mayoría de viajeros que cruzamos en el camino nos garantizaron que enero no es buen momento para visitarlo. Le sobra frío y niebla y los arrozales todavía no exhiben el color verde que todos imaginamos al pensar en este lugar.
Si Sapa cayó de la ruta prevista, no lo hizo Halong Bay, uno de los dos iconos del viaje antes de nuestra partida. Con perspectiva, fuimos a Halong porque había que ir, y valió la pena, pero es verdad que el lugar está sobreexplotado, contaminado y un montón de cosas más que acaban en ado y no son bonitas.
A cambio de los días que nos perdimos en Sapa tuvimos la suerte de hacer un par de paradas imprevistas en el centro de Vietnam: Hué y Hoi an. Qué suerte, habernos desviado de la ruta para incluirlas.
La última parada en Vietnam fue la ciudad de Saigón y el delta del Mekong. La primera nos ofreció una versión diferente y contemporánea del país, el segundo me parece un lugar inexpugnable cuando no se dispone de tiempo suficiente. Me explico: al tener solamente de un día participamos de un day trip que, sinceramente, fue muy pero que muy flojo. Y me da que así son la mayoría, con paradas incesantes en comercios, un paseo por los canales del delta colapsado y muy poca cosa más.
Finiquitado Vietnam, la siguiente parada fue Camboya, en formato exprés. Un acierto haber parado unas horas en Phnom Penh, casi le hubiera dado algo más de tiempo, y una locura haber tenido la fortuna de visitar Siem Reap y las ruinas de Angkor. Dos días allí (nosotros tuvimos tres noches) son suficientes, pero pasar tres no es una mala idea.
A partir de ahí, nos fuimos a las playas perdiendo un día entero en tránsito entre Siem Reap y Phuket, donde llegamos con un vuelo desde Bangkok. Si hoy tuviera que repetir y me fuera posible, me pagaría uno de los vuelos (bastante caros) directos entre Camboya y las playas de Tailandia. Qué infierno de día y qué pérdida de tiempo pasarse una jornada entera sobre 36 disponibles de transporte en transporte.
Sobre las playas de Tailandia, las dejamos al final para darle un aire radicalmente diferente al viaje: aparcar el estrés de las mochilas y disfrutar del sol y la buena vida. Diez días y cuatro islas, fue nuestra elección, con tres noches en Phuket, dos en Ko Lanta, dos en Ko Samui y otras dos en Ko Tao. Es fácil hablar a posteriori y complicado saber que hubiera pasado de cambiar la ruta, pero intuyo que hubiese sido una buena idea ir a Ko Phangan, de donde huimos espantados por la locura de la Full Moon Party. Resulta que es la isla más tranquila siempre que no haya fiesta de la luna llena. Phuket, del que me esperaba muy poco, resultó ser lo mejor de la selección, mientras Ko Tao es una joya en peligro de extinción. Sabíamos a lo que íbamos, sol en pleno mes de febrero, pero diría que las playas de Tailandia quedaron ligeramente por debajo de mis expectativas.
Para acabar, Bangkok. Había oído tantas historias negativas de la capital, que puse el listón muy bajo. Seguramente por eso disfrutamos allí de tres días magníficos, atraídos por el bullicio comercial y la mezcla entre modernidad y tradición. Entre medio, una mañana fuera de ruta en Ayutthaya. Tiempo más que suficiente para ver sus ruinas una vez se ha tenido la oportunidad de conocer Angkor.
De esa guisa, con escala en Abu Dhabi –qué horror-, terminó nuestra ruta posible de 36 días por el sudeste de Asia.
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