Tagged: bicis

De bicicletes i d’amos

Anit no vaig poder evitar tirar-li una foto a una bicicleta que tenim aparcada a la porta de casa des de fa quatre dies. Ni l’han tocada. Ara bé, no la vaig fotografiar perquè em destorbe, tot i que està al mig del carrer. La vaig immortalitzar perquè porta quatre dies i quatre nits aparcada al mateix lloc, i no està tancada en clau! Repetisc: no està encadenada i no l’han robada. Que voleu que vos diga, igual sóc un poquet de poble (i això com nadar, és una habilitat que no s’oblida mai), però jo a estes coses no m’acabe d’acostumar, en una ciutat de milió i mig d’habitants. Ací teniu la prova.

(Com que no sé contar històries a mitges, tinc que dir que el que no surt a la imatge és el cartell que va penjar un veí fa uns dies, a la mateixa porta de la finca, en el qual es queixa cabrejat perquè recentment li han furtat precisament la seua bicicleta aparcada en el mateix carrer. Si es que van provocando…)

Cambio coche por bicicleta, por traslado a Múnich

Una altra de costumisme, el segon post per a Una española en Múnich:

Cambio coche por bicicleta, por traslado a Múnich

“¿Que has vendido el coche y te has comprado una bicicleta? A ti te falta un tornillo”. Es lo que me dijo uno de mis mejores y más sinceros amigos el día que le conté lo que había hecho. “Dudo que en Múnich necesite el coche”, repliqué.

Venía a ciegas, si acaso con algunas pistas conseguidas por la vía de la literatura o de Internet, pero no por ello lo tuve menos claro. Así es que llegué con mi bicicleta a lomos.

La misma bici que me había regalado Mariola –fue un regalo recíproco- bastantes años atrás y que durante tanto y tanto tiempo sirvió únicamente para acumular polvo, el principal trasto de nuestro trastero.

No, nunca la monté en mi pueblo. Quizá algunos domingos soleados durante los primeros meses. Si alguno de vosotros conoce Alcoy sabrá que los desniveles no ayudan a andar en bicicleta. Cierto, como en tantos otros lugares de España. La plaga de coches tampoco contribuye y la falta de un transporte público eficiente –al menos para los que venimos de ninguna parte- menos…

¿Y Múnich? era toda una incógnita para mi, conocer de antemano hasta qué punto iba a exprimir mi bicicleta. Para colmo, pronto llegó el invierno y el frío. En esas pocas semanas en que el termómetro bajó hasta los 20 grados bajo cero, el pasado enero, llegué a pensar que lo de cambiar el coche por la bici era una quimera, un error de cálculo. Reconozco que la densa malla de metro, trenes, tranvías y autobuses que cubre la ciudad me sirvió de consuelo temporal.

Entonces, no hace mucho y cuando estuve a punto de caer en el desánimo, la primavera asomó una mañana por mi ventana con un sol debajo del brazo. Y salieron los ciclistas como los champiñones, a montones. Desde aquel día, cuando se marchó la nieve, los he visto circular de todos los colores: más jóvenes y menos; luciendo diseño o biciclos oxidados; más rápidos y más lentos; señoras y señores; ricos y menos ricos –esto último lo digo convencido de que en España podríamos contar con los dedos de las manos a los acaudalados que prefieren moverse sobre dos ruedas a hacerlo montados en un enorme todoterreno-… aquí casi todos aprovechan las facilidades que da Múnich al ciclista y la escasísima probabilidad de ser objeto de un atropello o, menos aún, de un robo.

Dispuesto como había venido a mi nuevo hogar, no iba a ser menos. Desde el día en que llegó el sol, el que se fue la nieve, soy uno más de esos que cruzan la ciudad a diario a pedales. Para nada añoro ya mi C2, y no me arrepiento de haberlo cambiado por lo que fue una bicicleta polvorienta.

También es cierto que me ayuda el fervor del momento: os escribo estas líneas tomando el sol del sábado, recostado en un rinconcito del Englischer Garten… adonde hemos venido a parar con nuestras bicicletas!